EDITORIAL

“Por el bien de todos, primero los pobres”, prometió Andrés Manuel  López Obrador.

Entre tantos importantes hechos acaecidos en las últimas semanas, en el ámbito latinoamericano, resalta sobremanera el triunfo electoral en México de Andrés Manuel  López Obrador (AMLO, como popularmente le llaman los mexicanos) y es que su próxima ascensión a la presidencia, el primero de diciembre, conllevará a nuevos replanteos geopolíticos internos e incluso a nivel continental.

¡México duele!; dije recientemente a un amigo mexicano y es cierto pues resulta en extremo doloroso que el país donde el pasado siglo tuvo lugar la primera revolución social del Continente se haya convertido en uno de los más desiguales -el 1 por ciento de la población acumula un tercio de las riquezas y el 10 por ciento acumula dos tercios-, violentos -más de 250 mil muertos y 37 mil desaparecidos durante los últimos doce años- y corruptos de Nuestra América.

Duele que el país al que su vecino del norte le arrebató más de la mitad de su territorio, sus gobernantes lo hayan entregado política y económicamente a ese mismo vecino imperialista y en calidad de lacayo lo hayan convertido en herramienta de agresión contra los gobiernos y movimientos progresistas hermanos.

Esas realidades colmaron la copa y condujeron a que en esta ocasión, después de haberle robado mediante el fraude la presidencia en dos ocasiones -2006 y 2012- la candidatura de López Obrador se convirtiera en el símbolo abrumadoramente mayoritario de un pueblo en lucha contra todos los males y lacras, por lo que le resultaba imposible a los poderes oligárquicos volver, por tercera vez consecutiva, a arrebatarle el triunfo electoral.

Para que se tenga una idea de lo anterior, en las elecciones 2006 el Partido Revolucionario Institucional (PRI) “reconoció” la victoria de Felipe Calderón, del Partido Acción Nacional (PAN) por lo que dejó a López Obrador, que entonces se postulaba por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), en una posición numéricamente minoritaria en cuanto a una reclamación por el fraude; en 2012 sucedió otro tanto pero a la inversa, ya que el PAN “reconoció” la victoria del candidato del PRI, Enrique Peña Nieto. En síntesis, una alternancia pactada sobre la base del fraude entre los dos grandes partidos derechistas mexicanos, para evitar la victoria de nuevos actores políticos, en este caso progresistas.

Resultaba imposible repetir el mismo esquema en este 2018 pues al frente de la Coalición “Juntos Haremos Historia” -integrada por el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) y por los partidos del Trabajo (PT) y Encuentro Social (PES)-  AMLO se alzó con el 53 por ciento de los votos, más de 30 millones de sufragios, cifra jamás obtenida por ningún otro aspirante a la presidencia de ese país; su más cercano contrincante alcanzó sólo poco más del 22 por ciento de los votos.

Este indiscutible, contundente, abrumador… triunfo se vio reforzado además al haber salido victoriosa en ambas cámaras del Congreso -Senado y Cámara de Diputados- la coalición Juntos Haremos Historia.

De nada valió a la derecha tradicional la compra de votos, la fuerte campaña mediática contra AMLO a través de los medios de comunicación monopólicos que utilizaron todo tipo de mentiras, intrigas, manipulaciones…; tampoco de nada le valió el utilizar la manida estrategia de repetir hasta el cansancio la “necesidad de cambio” y para ello presentar al público una figura joven “no comprometida con el pasado“.

Esta vez los mexicanos no se dejaron engañar y por millones, en buena medida jóvenes que por primera vez acudían a votar, sufragaron a favor del de más edad entre los aspirantes a la presidencia -67 años-, pero el único que les presentaba un programa creíble de lucha contra la violencia, la corrupción, la impunidad, el entreguismo económico, el neoliberalismo y toda la intolerable situación en que se encuentra sumido el país.

También fue este un triunfo contra la traición; junto al líder progresistas Cuauhtémoc Cárdenas -al que en su momento también le robaron la victoria electoral para la presidencia de México- AMLO fue fundador del PRD, partido que tuvo que abandonar -después fundó MORENA- ante la traición ideológica de sus excompañeros partidistas que llegaron hasta lo inconcebible de pactar con el PAN, la histórica ultraderecha mexicana.

No obstante, debemos resaltar que aunque en buena medida, tras años de luchas y alianzas, AMLO ha sido el protagonista de esta victoria, el pueblo mexicano, a través del sufragio, le ha dado un voto de confianza, condicionado a la concreción de cambios reales y profundos que hagan salir al país de la crisis que sufre en todos los ámbitos.

Tras el triunfo, AMLO ha recalcado en sus discursos que a los votantes no los mandará para sus casas y si así hiciese ha escogido el camino correcto, diría que el único, pues desmontar toda la herencia negativa que desde 1940 -fin del gobierno del general Lázaro Cárdenas, último de los líderes nacionalistas de la Revolución Mexicana- se ha ido consolidando poco a poco, precisa no sólo del apoyo mayoritario del pueblo sino también que su movilización y organización.

Seamos realistas, no nos engañemos; la podredumbre que imperialistas y oligarcas han implantado en toda Latinoamérica,  y de la que sólo escapó Cuba gracias a su Revolución, quiere ser barrida de México por su pueblo, pero el camino no será nada fácil y esa lucha sólo será exitosa si gobernantes y gobernados se involucran en ella. Los oligarcas burgueses, protegidos por el poderoso vecino norteño, controlan todos los resortes del poder, tanto los basados en la legalidad burguesa -economía, fuerzas represivas, medios de prensa, poder judicial,…-, como los tenidos como ilegales, en los que basan también buena parte de su poder. ¿Cuántos miles de “revoltosos” jóvenes han sido asesinados o “desaparecidos” a manos directamente de las mafias o con el apoyo de las fuerzas represivas?..

AMLO llegará al gobierno el próximo 1 de diciembre pero no al poder, del que sólo podrá conquistar espacios si se apoya en ese pueblo que el mismo ha dicho no mandará para sus casas y que exige a gritos el fin de la violencia, del neoliberalismo, de la corrupción,  retomar los recursos naturales entregados al capital transnacional, derogar la elitista reforma educativa que niega a las mayorías ese derecho universal…

La situación para el próximo gobernante se torna muy compleja. La economía azteca depende en gran medida de la estadounidense que la controla a través del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN; con Estados Unidos y Canadá); sin mencionar siquiera las palabras Revolución o Socialismo, AMLO se convierte en un peligroso enemigo de oligarcas e imperialistas por el sólo hecho de tratar de encauzar la sociedad por caminos éticos, progresistas, en lucha contra la corrupción y en el que prime una más justa redistribución de la riqueza.

Aunque un tanto aturdida por el golpe popular y por ello sin un plan concreto para frenar de inicio el período progresista que se les avecina, la ultraderecha, a través de “la gran prensa” ya comienza a “informar” que por haber obtenido el oficialismo mayoría parlamentaria, México corre el riesgo de caer en una dictadura; también expresa, en forma aparentemente cándida, que el 46 por ciento de los 500 diputados que integrarán la nueva cámara de representantes, a tomar posesión el 1 de septiembre, carece de títulos universitarios.

Es que para esa “gran prensa”, los “licenciados” que hoy ocupan los curules legislativos -muchos de ellos gracias al clientelismo y otras prácticas  corruptas- y que ayudaron con sus votos a mantener y profundizar la desigualdad social y a preservar el enriquecimiento de unos pocos, son los únicos capacitados para aprobar leyes, no los 230 a los que llaman “iletrados”, entre los que seguramente cuentan a los 12 que representarán a diferentes comunidades indígenas.

Antes de referirme a la importancia que  reviste este triunfo electoral para el resto del Continente, siento la necesidad de expresar mi preocupación sobre los criterios dogmáticos de alguna que otra izquierda, o más bien ultraizquierda, así como de los siempre presentes teóricos del café con leche.

OJO, cada país tiene sus propias realidades socioeconómicas,  matizadas por características culturales; no existen recetas únicas y ya hay quienes intentan etiquetar a un gobierno que ni siquiera ha tomado posesión  y con ello lo único que se logra es la división que necesitan las fuerzas reaccionarias para aplastar a todo lo que huela a progresista.

AMLO será el próximo presidente de México, pero para nada esto significa que ha llegado al poder la izquierda. Aspiramos a que su gobierno traspase los umbrales del reformismo y asuma posiciones verdaderamente progresistas, tanto en política interna como externa. Estamos conscientes de que en todo el mundo, no sólo en Latinoamérica, la lucha de la legítima izquierda consiste en cambiar las estructuras para hacer sostenibles los cambios, no en “cambiar” para que nada cambie (línea propia de reformistas).

En las actuales condiciones de Latinoamérica y dentro de ella muy especialmente las de México, ya de por sí resultan tareas ciclópeas enfrentar los apetitos imperiales, a la ultraderecha, a las narcomafias…; con esos enfrentamientos los pueblos se politizan y con ello se sientan las bases para un proceso revolucionario, verdaderamente de izquierda, en el que se luche por la toma del poder para destronar al capitalismo como sistema.

Quedó demostrado que con madurez el pueblo mexicano votó masivamente por el cambio de programa político y no de nombre y generación, como engañosamente quisieron inculcarle los ideólogos burgueses -a través de los medios masivos de comunicación, incluyendo las redes sociales-, lo que les ha dado resultado en otros países.

Las medidas de adecentamiento social y de rescate de la soberanía que tomará el futuro gobierno serán apoyadas por ese pueblo y atacadas por la ultraderecha nacional e internacional; esa lucha conllevará a la toma de conciencia y resulta imposible predecir, en estos momentos, el desenlace. Apoyo es la palabra de orden.

En lo que respecta al vecino del norte, aunque seguramente avisado con toda antelación por los órganos de inteligencia sobre la segura victoria electoral de López  Obrador, el presidente de los EE.UU.,  Donald Trump, parece fue bien asesorado y se comportó acorde a los cánones protocolares: llamó por teléfono al candidato triunfador para felicitarlo, dijo haber tenido con él una “gran conversación” de media hora y pronóstico que tendrían una buena relación; pero, para no faltar a su acostumbrada prepotencia, dejó escapar posteriormente una advertencia: “veré que pasa“.

Sobre las consecuencias políticas para Nuestra América del futuro gobierno de AMLO, no caben dudas de que -segunda economía latinoamericana, con 132 millones de habitantes y una histórica influencia sobre toda la Cuenca del Caribe y en especial sobre Centroamérica-, con una política exterior independiente México acrecentará su peso en todo el Continente.

El que México deje de ser un estado vasallo, abre muchas perspectivas a las fuerzas progresistas de la región, lo que puede significar un cambio en la correlación de fuerzas en Latinoamérica y muy especialmente en la Cuenca del Caribe.

Ya AMLO ha anunciado que la política exterior de su gobierno estará basada en la no intervención, se apegará al principio de la solución pacífica de las controversias entre los países y no se subordinará a la de ninguna nación extranjera. Lo anterior deja implícito que en diciembre cesará  la indeseable participación de México en el llamado Grupo de Lima, creado para aislar y facilitar la agresión contra la Revolución Bolivariana y que ahora también se extiende al proceso progresista nicaragüense; igualmente, para tales empeños, los EE.UU. tampoco podrán contar dentro de la Organización de Estados Americanos (OEA) con el servilismo del actual gobierno de Peña Nieto.

 

“Por el bien de todos, primero los pobres”, ha prometido a su pueblo Andrés Manuel  López Obrador y si así lo cumple también cumplirá con todos los pobres de Nuestra América.

Eddy E. Jiménez

TITULARES

-Lento parto en Colombia. Por Atilio A. Borón

 -¿Qué significa para América Latina y el Caribe la (s)elección de Iván Duque en Colombia? Por Javier Tolcachier*

 El victimismo y el folclorismo postergan las luchas indígenas. Por Itzamná Ollantay Itzamná

 -La huella invisible de la restauración conservadora. Por Alfredo Serrano

Hugo Chávez y lo que merece recordarse para entender Venezuela. Por Miguel. A Jiménez

Cerrado por fútbol (recordando a Galeano). Por Aram Aharonian*

 

 

Lento parto en Colombia.

Por Atilio A. Borón

 

El resultado de la segunda vuelta en las elecciones presidenciales de Colombia sentenció la victoria del candidato de la derecha, Iván Duque, que obtuvo 10.362.080 sufragios contra los 8.028.033 de su rival, Gustavo Petro, candidato de la coalición Colombia Humana.

Algo nuevo ha comenzado a nacer en Colombia. Todavía el proceso no ha concluido pero los indicios son alentadores.

Amenazadas como nunca antes, las fuerzas del vetusto orden social colombiano se reagruparon y prevalecieron por una diferencia de unos doce puntos porcentuales. Terminado el recuento el uribista se alzó con el 54 por ciento de los sufragios mientras que el ex alcalde de Bogotá cosechó un 42 por ciento. La tasa de participación electoral superó levemente el 51 por ciento, un dato promisorio ante el persistente ausentismo en las urnas de un país en donde el voto no es obligatorio.

El título de esta nota refleja cabalmente lo que está sucediendo en Colombia. Si un significado tiene esta elección es que por primera vez en su historia se rompe el tradicional bipartidismo de la derecha, que se presentaba a elecciones enmascarada bajo diferentes fórmulas y personajes que en el fondo representaban a los intereses  del establishment dominante.

La irrupción de una candidatura de centroizquierda como la de Gustavo Petro es un auténtico y promisorio parteaguas en la historia colombiana, y no sería aventurado arriesgar que marca el comienzo del fin de una época. Un parto lento y difícil, doloroso como pocos, pero cuyo resultado más pronto que tarde será la construcción de una nueva hegemonía política que desplace a las fuerzas que, por dos siglos, ejercieron su dominación en ese país.

Nunca antes una fuerza contestataria había emergido con esta enjundia, que la posiciona muy favorablemente con vistas a las próximas elecciones regionales de Octubre del 2019 en donde Colombia Humana podría recuperar la alcaldía de Bogotá y conquistar la de Cali y preparar sus cuadros y su militancia para las elecciones presidenciales del 2022. Mientras tanto Iván Duque deberá librar una tremenda batalla para cumplir con lo que le prometiera a su jefe, Álvaro Uribe: avanzar sobre el poder judicial, poner fin a la justicia transicional diseñada en los Acuerdos de Paz y sobre todo para evitar que el ex presidente, el verdadero poder detrás del trono, vaya a dar con sus huesos en la cárcel debido a las numerosas denuncias en su contra por su responsabilidad en crímenes de lesa humanidad –entre ellos la de los “falsos positivos”-y sus probados vínculos con el narco.

En suma: algo nuevo ha comenzado a nacer en Colombia. Todavía el proceso no ha concluido pero los indicios son alentadores. Nadie soñaba hace apenas tres meses en ese país que una fuerza de centroizquierda con un ex guerrillero como candidato a presidente pudiera obtener más de ocho millones de votos. Sucedió y nada autoriza a pensar que el tramposo bipartidismo de la derecha podrá resucitarse después de esta debacle; o que la euforia despertada en millones de colombianas y colombianas que con su militancia construyeron la más importante innovación política desde el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán en 1948 se disolverá en el aire y todo volverá a ser como antes.

No. Estamos seguros que no habrá marcha atrás en Colombia. A veces hay derrotas que anticipan futuras victorias. Como las que sufrió Salvador Allende en Chile en la elección de 1964; o Lula en Brasil en 1998. ¿Por qué descartar que algo semejante pudiera ocurrir en Colombia? Sólo tropieza quien camina, y el pueblo de Colombia se ha puesto en marcha. Tropezó, pero se levantará y más pronto que tarde parirá un nuevo país.

Fuente: AtilioBoron Blog

 

¿Qué significa para América Latina y el Caribe la (s)elección de Iván Duque en Colombia?

Por Javier Tolcachier*

 

Hace exactamente cien años asumió la presidencia de Colombia Marco Fidel Suárez, quien acuñó el lineamiento de política exterior llamado Respice Polum (“miremos al polo” o “hacia el Norte”) o Doctrina Suárez. Desde entonces, y con pocas interrupciones como la del general nacionalista Gustavo Rojas Pinilla (1953-57) y de manera menos estridente, en el período de Ernesto Samper (94-98), Colombia ha actuado subordinada a los intereses expansionistas de los EEUU limitando la soberanía de sus relaciones internacionales. Poco antes, Colombia perdía su provincia centroamericana, que se independizó como Panamá en 1903 por el interés de EEUU de construir el canal interoceánico. Suárez fue actor principalísimo en la ratificación del Tratado Urrutia-Thompson, firmado en 1914, por el cual se otorgaban algunas compensaciones a Colombia por su pérdida territorial e intentaba “normalizar” la relación quebrada con EEUU por la secesión panameña.

El Acta de Chapultepec de 1945, la firma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca en 1947 y la creación de la OEA en 1948 – justamente en Bogotá – constituyeron la implementación luego de la segunda guerra mundial de la Doctrina Monroe, dando juridicidad a la hegemonía y la posibilidad intervencionista de los EEUU en la región.

A la muerte del tribuno liberal Jorge Eliécer Gaitán siguió la guerra interna.

El Frente Nacional (1958-1974) y la misma guerra interior, fueron escudo y excusa de la plutocracia aliada con los EEUU contra todo intento progresista o de izquierda para cambiar las cosas. El mismo objetivo de control militar y civil, bajo la apariencia de la lucha contra el narco, tuvieron la Iniciativa Mérida y el Plan Colombia.

¿Novedades en el frente? El actual enemigo principal de EEUU

En Enero de este año la administración Trump hizo pública la renovación de su estrategia de seguridad nacional – hasta ahora enfocada en la “lucha contra el terrorismo global” – poniendo como principales vectores de amenaza la competencia de Rusia y China en el tablero mundial. Lo que se quiere evitar es la pérdida de hegemonía estadounidense y el ascenso de Oriente como principal polo planetario.

EEUU ha logrado mejorar su posición geopolítica relativa en América Latina, luego de los golpes parlamentarios en Honduras, Paraguay y Brasil, la victoria de Macri y el partido colorado en Paraguay, la reelección de Piñera en Chile, el giro a la derecha de Moreno en Ecuador y el debilitamiento del gobierno del FMLN en El Salvador. El país del Norte ataca a Venezuela, a Nicaragua y a Bolivia para eliminar todos los focos de resistencia de izquierda a su hegemonía.

Sin embargo, la situación es precaria e inestable. En Perú ya echaron a PPK y el nuevo presidente Vizcarra está en posición endeble. En Brasil, el golpista Temer no cuenta con aprobación popular, lo mismo sucede con Juan Orlando Hernández en Honduras, reelecto en circunstancias fraudulentas. En Guatemala, se pide la renuncia de Jimmy Morales. En México, a todas luces va a ganar las elecciones el reformismo progresista de López Obrador. En Argentina, EEUU ha establecido un protectorado económico a través de fondos buitres y el FMI, lo que augura una enorme conflictividad social ante el ya evidente fracaso económico y social de Macri.

Colombia hoy

En Colombia, luego de los Acuerdos de Paz las acciones bélicas han disminuido, aunque continúan los asesinatos selectivos a líderes campesinos y sociales que protagonizan la oposición local al feudalismo terrateniente, a los megaproyectos extractivistas y de infraestructura.

Por otra parte, Colombia continúa siendo el principal proveedor de droga del mercado estadounidense, aumentando la superficie de cultivos de coca en los últimos años, a pesar de fumigación indiscriminada, guerra institucional y foránea. Lo cual muestra – como mínimo – la ineficacia de tales planificaciones. O acaso, que las intenciones no declaradas de dichos planes nunca contemplaron una reducción efectiva del narcodelito.

Más allá de la veracidad estadística o no de esta cifra, esto constituye una argumentación propicia para continuar la acción militar y de seguridad de EEUU en territorio colombiano. En la última visita a Colombia del ahora ex secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, el Gobierno de Colombia aseguró su voluntad de conformar una fuerza de tarea conjunta para combatir el narcotráfico. EEUU, por su parte, anunció la renovación de la cooperación – una continuidad del Plan Colombia concebido durante la presidencia del conservador Pastrana – por cinco años más. O sea, más de lo mismo.

Por si fuera poco belicismo, “el premio Nobel de la Paz” Santos sumó recientemente a Colombia como socio global de la OTAN, ofreciendo al país como cabeza de playa en Sudamérica.

En términos regionales, Colombia ha suspendido sus actividades en UNASUR y conspira abiertamente contra el legítimo gobierno bolivariano de Venezuela en conjunto con la docena de países nucleados en el grupo de Lima.

Entonces, ¿qué significa para la región el resultado de la segunda vuelta?

Si se mira el mapa de los actuales gobiernos, América Latina y Sudamérica están partidas, divididas por la influencia estadounidense, la propaganda de medios concentrados y una mezcla de acomodados y arribistas en cada país que se niega a solidarizarse con los sectores desposeídos y discriminados, la mayoría mestiza, negra y originaria de la región.

En este contexto y desde el punto de vista de la política exterior, el triunfo de Iván Duque representa un refuerzo de la actual política colombiana subordinada a EEUU, la elevación del riesgo de reavivar el conflicto social interno y de comprometer a Colombia en acciones bélicas contra Venezuela y en otras regiones del planeta.

La (s)elección de Duque por quienes lo respaldan, augura la permanencia de efectivos militares estadounidenses y el uso de bases colombianas por parte de EEUU, el retroceso de los procesos de integración soberanos y pone en riesgo la Declaración de América Latina como Zona de Paz lograda en la reunión CELAC de 2014.

Duque será un presidente débil en manos de la oligarquía y las fuerzas partidocráticas a su servicio, lo que producirá una acentuación del neoliberalismo y la propiedad concentrada de la tierra, las finanzas y los medios, alejando toda posibilidad de acotar o disminuir las enormes brechas de desigualdad.

En definitiva, en términos geopolíticos, todo indica que el nuevo presidente seguirá con la política del “partido único de dos cabezas” de ser apenas un satélite de los intereses estadounidenses en América Latina.

Petro, apoyado por gran parte del arco progresista colombiano – y sobre todo por mujeres y jóvenes, columna vertebral del activismo por la paz – hubiera constituido un fuerte impulso a conservar lo ganado en los Acuerdos de Paz y la posibilidad de una progresiva reconciliación. Hubiera sido el gobierno progresista que le faltó a Colombia, mientras otros países de América Latina avanzaban en la integración y las mejoras sociales con Lula, Cristina y Néstor Kirchner, Correa y aún más marcadamente con Chávez y Evo.

No hay dudas que en esta segunda vuelta triunfó la continuidad de la partidocracia, en cerrada coalición con la opinión de los medios de difusión hegemónicos, las iglesias retrógradas y la estrategia de la administración estadounidense. Ganó el candidato del bipartido único, de la oligarquía y la conservación.

Pero los guarismos muestran también que hay un importante sector de la ciudadanía que quiere una Colombia distinta. En este sentido, los ocho millones de votos conseguidos son una voz fuerte que sitúan a Gustavo Petro como líder de la oposición, quien junto a la resistencia ciudadana y rural dificultarán al nuevo gobierno ejecutar sin más su programa. Esto probablemente se hará manifiesto en la construcción territorial y en futuras elecciones municipales y nacionales. El poder no tiene asegurado el futuro.

La elección en Colombia puso de manifiesto, en coincidencia con procesos más generales, que el camino hacia una América Latina más humana es la articulación en la diversidad de las fuerzas humanistas de la izquierda y el progresismo social en el marco de una renovación de los proyectos transformadores y con el eminente protagonismo de las mujeres y los jóvenes.

* Javier Tolcachier es un investigador perteneciente al Centro Mundial de Estudios Humanistas, organismo del Movimiento Humanista.

Fuente: ALAI

 

 

El victimismo y el folclorismo postergan las luchas indígenas.

Por Itzamná Ollantay Itzamná

Cuando observamos los empinados caminos de los pueblos indígenas en países con poblaciones mayoritariamente indígenas, como Bolivia y Guatemala, constatamos que los siglos de historias de sufrimientos son muy similares. Incluso bajo el colonialismo interno de estados republicanos bicentenarios.

Pero, la actitud y las inconclusas historias emancipatorias emprendidas por dichos pueblos son diferentes en estos dos países. Los pueblos andino amazónico de Bolivia avanzan en el ejercicio y defensa de sus derechos sociopolíticos y económicos, mientras en Guatemala, en buena medida, los pueblos indígenas aún no logran dar el salto de los derechos culturales (culturalismo) hacia el ejercicio de los derechos políticos (para disputar y ejercer poder).

La explicación de intelectuales indígenas y no indígenas sobre este atasco culturalista es: hay miedo en los pueblos indígenas, fruto de la guerra interna, para transitar hacia los derechos políticos. Aunque, en los hechos, en las comunidades indígenas en resistencia se constata todo, menos miedo.

¿Por qué los pueblos indígenas de Bolivia dieron saltos significativos en sus agendas emancipatorias, y en Guatemala aún no ocurre ello?

Rol de la memoria histórica de las luchas

En Bolivia, el siglo XVIII estuvo encumbrado por la rebelión encabezada de la pareja legendaria de Túpac Katari-Bartolina Sisa; el siglo XIX, con Zárate Villka, y continuas sublevaciones indígenas; el siglo XX, con el movimiento indianista/katarista (que sistematizó y socializó la agenda política indígena); el siglo XXI con el movimiento indígena-campesino que construye el Estado Plurinacional.

En Guatemala, no están registradas o debidamente registradas las revueltas o sublevaciones indígenas en la historia. Las luchas del pueblo quiché, mam, q’echí… son prácticamente desconocidas.

Aunque, sí existe, en Guatemala, literatura sobre la dimensión cultural de los sucesos históricos (sobre todo antropología rescatista o culturalista). Estos esfuerzos de investigaciones culturalistas fueron o son financiados, en buena medida, por cooperación internacional (como la USAID) o universidades privadas como la Universidad del Valle (con una intencionalidad política definida).

Rol del “academisismo” indígena

Para inicios del presente siglo, la población indígena en Bolivia estaba absolutamente excluida de la academia. Por eso, en un foro continental, en la ciudad de Antigua, Guatemala, una quechua boliviana, hace algunos años atrás, desafiaba a indígenas guatemaltecos en los siguientes términos: Nosotras, sin títulos universitarios, hicimos los cambios en Bolivia. Aquí en Guatemala Uds. tiene bastantes profesionales indígenas…”. Y, efectivamente, en Guatemala hay más cantidad de indígenas profesionales que en Bolivia

Pero, por las condiciones coloniales, el o la indígena, cuanto más títulos o grados académicos posee, más doctrinero/a de la colonización se vuelve. En Guatemala existen muchos profesionales indígenas, pero, en su mayoría, desterritorializados y “despolitizados”, compitiendo entre sí por ventanillas en el Estado etnofágico y/o en la cooperación u ONG “apolíticos”. A ellos/as, casi nunca se los mira ni en las calles, ni en las comunidades ejerciendo el derecho a la resistencia creativa, junto a los suyos.

Por eso, mientras profesionales indígenas ejecutan proyectos sobre derechos culturales, los pueblos y comunidades indígenas debaten y plantean restitución de sus territorios, autodeterminación, Estado Plurinacional, proceso de Asamblea Constituyente Popular y Plurinacional.

En buena cuenta, el culturalismo y la victimización son más rentables económicamente para muchos/as indígenas graduadas y posgraduadas que impulsar procesos de cambios estructurales y profundos en el país.

Rol de la cooperación internacional culturalista y apolítica

Los Acuerdos de Paz cultivó la proliferación de ONG, becas de estudio para indígenas, etc. Pero, todo estaba orientado al culturalismo o al afianzamiento del libre mercado. Consecuencia de ello tenemos ingentes cantidades de ONG indígena o no, aún ejecutando proyectos centrados exclusivamente en “derechos culturales”. Nunca para el ejercicio de derechos políticos (porque las ONG y sus profesionales tienen que ser apolíticos)

Las agencias de cooperación, las ONG, las universidades privadas y el Estado cooptaron, casi en su totalidad a los profesionales indígenas. Y lo más difícil, grandes sectores del mundo indígena aún cree que los profesionales son portadores de verdad y benignidad para los pueblos. Así, el colonialismo interno estatal ya no requiere de doctrineros mestizos para controlar a los pueblos indígenas.

Bolivia tuvo la dicha de no tener Acuerdos de Paz, ni contar con cooperación en las dimensiones que Guatemala tuvo. El Bolivia, el sistema neoliberal se impuso, sin el aceite de los Acuerdos de Paz, y los pueblos indígenas se sublevaron sin mayores distracciones culturalistas.

Rol del pentecostalismo indigenista

Guatemala aventaja a Bolivia, no sólo en la megadiversidad de trajes e idiomas indígenas, sino también en la cantidad de “guías espirituales”. Pero, estos guías, en su gran mayoría, también son “apolíticos”. Únicamente se ocupan de la dimensión espiritual de la realidad. Espiritualismo, en otros términos.

En Bolivia, los yatires (sacerdotes andinos, en aymara) para ejercer su labor no requieren de la credencial oficial emitida por el Estado. En Guatemala, sí. Por eso, en Bolivia, en las protestas y movilizaciones indígenas casi nunca faltan ceremonias performativas y ofrendas a la Madre Tierra (también como signo de protesta o celebración). En Guatemala, el espiritualismo o pentecostalismo apolítico permea a indígenas y cristianos casi por igual.

Aquí o allá, sin una espiritualidad y mística transformadora, cualquier intento de cambios profundos será siempre más difícil.

Fuente: TeleSur

 

La huella invisible de la restauración conservadora.

Por Alfredo Serrano

Dos presidentes no electos: Temer en Brasil y Vizcarra en Perú. Una vicepresidenta no electa en Ecuador. Persecución política-judicial contra dos ex presidentes, Rafael Correa y Cristina Fernández de Kirchner, en Ecuador y Argentina. Lula metido en la cárcel injustamente para evitar que sea el próximo presidente de Brasil. Intento de atentado contra Maduro en Venezuela para matarlo en pleno acto público. Planean abiertamente terminar con UNASUR. Las giras de los altos funcionarios de Estados Unidos cada vez son más bienvenidas por algunos gobernantes latinoamericanos.

Estos son algunos de los acontecimientos políticos más emblemáticos que caracterizan la nueva fase de la ofensiva conservadora en la región que viene produciéndose en estos últimos años. Aunque estos hechos no son del todo novedosos, lo verdaderamente distintivo es la intensidad de la arremetida. Desde que la correlación de fuerzas políticas en la región es cada vez menos favorable al campo conservador, se fueron aplicando métodos no democráticos para ganar el terreno que se iba perdiendo por la vía electoral. Nadie olvida en Paraguay y Honduras la destitución golpista a presidentes electos, al igual que ocurriera con Dilma en Brasil. O el intento de acabar con la revolución venezolana por cielo, mar y tierra. O el golpe contra Correa para sacarlo del poder. O la desestabilización permanente contra Evo Morales y la Asamblea Constituyente en Bolivia.

Todos estos hechos ponen de manifiesto que desde el inicio se actuó así en aras de interrumpir un ciclo progresista que venía ampliándose. Pero ahora, aprovechando el propio desgaste de los gobiernos que llevan muchos años en la gestión, más una restricción económica externa que aprieta hasta la asfixia, la restauración conservadora ha decidido pisar el acelerador llevándose por encima a quién sea y cómo sea. Se dieron cuenta que el poder comunicacional y el económico, por muy potentes que fuesen, eran insuficientes para la tarea destituyente y, entonces, tuvieron que retomar en algunos casos el poder militar, así como el poder judicial, en los casos que pudieron hacerlo.

De esta forma, además del objetivo en sí (alterar el orden democrático en lo coyuntural para lograr capacidad de mando), procuran normalizar aquello que no es normal, a partir de una estrategia de insistencia y repetición, orquestada desde casi todos los poderes facticos, incluido eso que llaman “comunidad internacional” que, si no la tiene a favor, se inventa (como es el Grupo de Lima, para el caso venezolano). He aquí la huella conservadora de mayor calado en términos estructurales: conseguir que se naturalicen prácticas que hace pocos años eran rechazadas, mayoritariamente, por la ciudadanía. Y, seguidamente, lograr imponer una suerte de retorno del mito del “no hay alternativa”, que también pudiera permear entre la gente, incluso entre alguna dirigencia política del campo progresista.

Son cuestiones éstas que van más allá del ahora, y que la restauración conservadora está planificando hacia delante, de cara a construir un campo mucho más fértil para poder ganar elecciones sin necesidad de tener que regresar a estos instrumentos tan rudimentarios. El objetivo de mediano plazo es arrebatar cualquier atisbo de esperanza, creando un clima de resignación y sacrificio; demostrando que si lo intentas y lo logras luego acabarás perseguido o en la cárcel; y que lo mejor es volver al “no te metas en política”. De ahí deriva la estrategia, a veces comprada incluso por parte del bloque progresista, de inducirnos a la supremacía de algunos “estados de moda”: la no confrontación, la despolitización, la lógica aspiracional, la clase media, los valores posmateriales, etc. Nadie puede negar que todo ello existe, pero el riesgo reside en que sean resignificados, como la restauración conservadora pretende.
Y esta es seguramente la nueva dimensión, a veces invisible, que gravita en la gran disputa de América Latina para los próximos años.

Fuente: Celag  www.celag.org/huella-invisible-restauracion-conservadora/

 

Hugo Chávez y lo que merece recordarse para entender Venezuela.

Por Miguel. A Jiménez

 

En 1994 tras cumplir condena por el alzamiento del 4 de febrero de 1992 contra Carlos Andrés Pérez y sus políticas económicas dictadas por el FMI, Hugo Chávez comenzó un largo periplo por toda la geografía de Venezuela para trasladar a los sectores secularmente excluidos del país, entre los cuales se podía empezar ya a incluir a grandes capas de las clases medias, un mensaje de cambio y de refundación política; junto con colaboradores y militantes provenientes en su mayoría de la izquierda ,entre ellos Nicolás Maduro, comenzaba a ensamblar un esbozo de organización política con la que disputar los comicios presidenciales de 1998. Una agente del DISIP (Servicios de Inteligencia Venezolano) llamada “Silvia”, fue elegida para hacer un seguimiento de toda aquella actividad política:  Comenzó justamente cuando él salió en 1994 a dar su gira internacional… Seguí su periplo por Colombia, luego a otros países, y finalmente a Cuba. Como recuerda la propia “Silvia” al fallecido periodista de Prensa Latina Luis Báez, la DISIP era asesorada y entrenada a través de cursos tanto por la CIA como por el MOSAD: Yo nunca me reuní con ellos (MOSAD) aunque sí había asesoría…

Con respecto a la CIA aclara : los cursos de entrenamiento se hacían en hoteles de Caracas. Nunca lo hacían en la embajada propiamente, pero los certificados sí salían de allí, tal y como aparece en el membrete.

“Silvia” se percató de las capacidades sobresalientes que tenía Chávez para la comunicación: En La Habana, Chávez ratificó algo que yo venía alertando…Aplicaba con extraordinario acierto la psicología de masas. No era un loco, como lo llamaban en la prensa y también algunos oficiales de la DISIP.

Esta conceptualización de Chávez como un excéntrico peligroso e inculto, cuajó sin dificultad en los medios españoles tanto por ignorancia como interés económico: en la medida que Chávez y el proceso Bolivariano mostraban un horizonte político de inclusión de los sectores populares a la vez que de control sobre los inmensos recursos naturales, especialmente del petróleo, la visceralidad de la llamada “prensa seria” española iba en aumento; merece destacar la pérdida de todo decoro por parte del otrora diario de la progresía española, poniendo de manifiesto las potentes imbricaciones entre la prensa y las multinacionales energéticas españolas, así El País llegó a publicar una editorial apologética del golpe del 11 abril de 2002 , golpe de factura sucia donde los haya, en el que algunos medios tomaban parte activa al hacer creer a la opinión pública internacional que los chavistas habían masacrado a tiros una manifestación de la oposición. La realidad era muy otra: francotiradores apostados desde altos edificios de la Avenida Baralt disparaban a mansalva a dos manifestaciones de signo contrario que nunca llegaron a encontrarse cara a cara. La mezcla de imágenes realizadas por dos cadena privadas, Globovisión y Venevisión asociando los muertos opositores con los disparos de chavistas (algunos de los cuales estaban defendiéndose de la balacera que les estaba cayendo desde los edificios) tenía que aportar el justificante del golpe para acabar con Hugo Chávez y colocar al presidente de Fedecámaras (la patronal) Pedro Francisco Carmona Estanga en la presidencia de la república. El golpe triunfó durante unas horas pero hubo un par de detalles con el que no contaban: el corresponsal de la CNN Otto Neustald grababa el comunicado de cuadros militares que apoyaban el golpe, en él, se hablaba ya de víctimas mortales por disparos en la Avenida Baralt, sin embargo posteriormente se percató de que cronológicamente las victimas mortales todavía no se habían producido en el momento en el que los militares que apoyaban a Carmona Estanga leían el comunicado. El segundo aspecto que menospreciaron los golpistas fue la inmensa movilización popular desde los cerros de Caracas para defender el proceso bolivariano y a quién lo encarnaba.

Este último aspecto no es un asunto menor ya que la gente que se movilizó y perdió la vida defendiendo a Chávez tenía el mismo color de piel que el presidente. No hace falta ser un avezado lector de manuales de teoría política para entender lo que ocurría y ocurre hoy en Venezuela ya que cualquier visitante de Caracas puede leer el conflicto de clase inscrito en el disparatado urbanismo de la ciudad. Los desajustes y exclusiones que genera el subdesarrollo dejan su impronta en los espacios humanos. Es curioso ver a un representante nacionalista como Anasagasti (representante de la diáspora vasca en Venezuela) clamar por la democracia en Venezuela, él y los suyos que tuvieron que ver, encerrados en sus bien dotados Hogares Vascos, como alrededor crecía imparable la desigualdad y la violencia política contra los sectores populares en los 70, 80 y 90. Sería bueno que se comprendiese que el derecho de autodeterminación en Venezuela pasa por el control político y social de las riquezas naturales. Chávez y su proyecto político representaba y representa a las clases subalternas y su derecho a ser nacionalistas también, a los intentos por construir equilibrios sociales y soberanías reales sobre los ingentes recursos de todo tipo que alberga Venezuela, y no sólo estoy hablando de hidrocarburos y de la faja del Orinoco.

Al igual que los creadores del Quattrocento, hay que empezar a construir la perspectiva histórica que explique lo que acontece en Venezuela; es precisamente en los vastos recursos naturales que posee el país (hidrocarburos, oro, hierro, manganeso, agua, coltán, bauxita etc.) en los que hay que situar el punto de fuga de esta perspectiva de la comprensión. Entre 1976 y 1995 el estado venezolano ingresó por venta de petróleo 270.000 millones de dólares (el equivalente a 20 planes Marshall) ; PDVSA, la empresa estatal desde 1976, funcionaba en realidad como un cenáculo político de gestión de la oligarquía rentista, mientras dos partidos políticos (COPEI y AD) practicaban el turnismo político desde 1958, dando a este modelo una apariencia democrática. Por otra parte EEUU, siempre consideró a Venezuela y su industria petrolera como algo propio, esto ya lo demostró en 1908 cuando fue derribado el gobierno de Cipriano Castro más proclive a que el estado tuviese cierta autoridad y peso a la hora de gestionar las concesiones a empresas extranjeras (fundamentalmente británicas y estadounidenses) para la explotación de recursos como el petróleo. El golpe dado por el general Juan Vicente Gómez contó con el apoyo manifiesto de las embajadas de Reino Unido, EEUU y Brasil ; a los pocos días y como colofón cuatro buques de la armada norteamericana se situaban en el puerto de la Guaira para garantizar las nuevas directrices.

Llegados aquí, hay que regresar a la figura y el liderazgo de Hugo Chávez y darse cuenta, como se dio cuenta “Silvia”, que este militar, cuyos referentes políticos eran Velasco Alvarado, Omar Torrijos y los militares portugueses que se alzaron en la Revolución de los Claveles, tenía clara esta perspectiva histórica. Sin embargo Chávez y su liderazgo fueron de algún modo incomprensibles y hasta extemporáneos a los ojos de cierta Gauche Divine europea y no europea. No se puede entender a Chávez sin conocer las coordenadas culturales e idiosincráticas de los Llanos venezolanos: personas orgullosas, extraordinariamente extrovertidas en la comunicación y a la hora de mostrar y exhibir sus sentimientos, personas impregnadas de una gran religiosidad, mezclada con cierta tendencia a la superstición. El pintor y ceramista Joan Miró decía que su fuerza para pintar y crear la recibía por los pies, como los campesinos catalanes. Algo muy similar se puede afirmar de Chávez, orgulloso de sus orígenes y de su ecosistema cultural en el que la expresión musical cantada de los diferentes géneros musicales (Joropo , Pasaje, Galerón, Quirpa…) nos da muchas pistas de en qué lugar se situaba a la hora de desarrollar la comunicación política y social. Si se escuchan las letras de Eneas Perdomo o de Cristóbal Jiménez , siempre aparece un “Yo” mayúsculo cantando y explicando lo que le rodea (naturaleza de contrastes, horizontes sin fin, el amor , la vida, la muerte, el orgullo, las historias, las gentes…) Un “Yo” que se explayaba emocionalmente para conectar con los sectores excluidos y devolverles la autoestima y la identidad. Chávez sabía que para poner en marcha un proyecto político como el que portaba era necesario mover estas dos palancas. Podemos desde la izquierda pensar que los liderazgos fuertes y carismáticos entrañan muchos peligros y semillas potenciales de degeneración, y es verdad, pero cuando la injusticia y el subdesarrollo han devastado ya tantos resortes humanos, se hace apremiante comenzar por aquí, por decirle a la gente que su miseria material y moral no es fruto de un designio divino.

Chávez, persona leída y destacado por muchos profesores de la academia militar como el joven más inteligente y carismático que habían tenido, armó esta manera de comunicación tan efectiva y directa a pesar de que los media lo sacaban fuera de contexto continuamente. Cuando en 2006 Chávez habló en la sesión de la ONU y comparó al presidente Bush con el diablo Chávez no hizo nada más que recordar el poema clásico venezolano “Florentino y el Diablo” de Alberto Arvelo Torrealba, una suerte de Martin Fierro venezolano en el que Florentino, humilde campesino llanero portador de identidad y valores propios se enfrentaba mediante los versos en décima, al mismísimo Diablo representante de los intereses foráneos. Conviene, si se tiene a mano, observar esta intervención completa o por ejemplo el discurso de la toma de posesión del año 2007 para darse cuenta de que efectivamente Chávez era muy peligroso para las élites, su didáctica movía y tejía con maestría conceptos políticos, imaginarios colectivos y perspectivas históricas de la comprensión.

Hay una herencia de Chávez que en mi opinión debe ser guardada como un tesoro: este militar sabía que los afectos debían de ser colocados en el centro del accionar político como motor y como brújula de las transformaciones profundas.

Si alguien está interesado realmente en saber qué ocurre en Venezuela que comience por ver “La Batalla de Chile” de Patricio Guzmán y que recuerde también lo que exigió Nixon a sus asesores con respecto al gobierno de Salvador Allende: “Hacer gritar a la economía”

Fuente: Rebelión

Cerrado por fútbol (recordando a Galeano).

Por Aram Aharonian*

 

“Cuando el Mundial comenzó, en la puerta de mi casa colgué un cartel que decía: Cerrado por fútbol. Cuando lo descolgué, un mes después, yo ya había jugado sesenta y cuatro partidos, cerveza en mano, sin moverme de mi sillón preferido. Esa proeza me dejó frito, los músculos dolidos, la garganta rota; pero ya estoy sintiendo nostalgia”, escribió el escritor uruguayo Eduardo Galeano, quien no diferenciaba muy bien a un hincha de un fanático.

La mayoría de sus textos sobre fútbol quedaron dispersos en su obra publicada, pero también varios inéditos y verdaderos hallazgos hizo el periodista Ezequiel Fernández Moores en “Cerrado por fútbol”, que reúne todo lo que Galeano ha escrito, antes y después de ese texto célebre, sobre el deporte que más amó: historias dispersas o escondidas en todos sus libros, además de textos completamente inéditos, perdidos o…

En él recopila anécdotas conmovedoras y divertidas del Galeano “futbolero”, y testimonios de sus amigos Joan Manuel Serrat, Chico Buarque y Jorge Valdano, como la crónica en la que, con sólo 23 años, llama “traidor” al Che Guevara en persona por haber adquirido en Cuba la pasión por el béisbol.

Durante años, décadas, Galeano recopiló anécdotas sobre fútbol, en mesas de bares y restoranes, en servilletas de papel (primero) o en pequeñas libretitas (luego) desde la de un jugador que recibía una vaca por cada gol, pasando por el relato de los diez futbolistas que se pintaron la cara de negro en solidaridad con su compañero discriminado por la hinchada.

Y cuando llegaba la hora de algún partido de fútbol trascendental, se encerraba en su estudio, televisor por medio, y admitía allí solo a pocos amigos. Solo a aquellos que compartían la misma pasión por Nacional de Montevideo o por el celeste de la selección uruguaya, y estaban dispuestos a no hablar por hora y media.

Galeano miraba el fútbol como “cochino negocio”, como espectáculo, como soporte publicitario, y pese a todo, como espejo fiel de la realidad y espacio para el encuentro colectivo y la pasión popular. Para él, el fútbol expresaba emociones colectivas, esas que generan “fiesta compartida o compartido naufragio, y existen sin dar explicaciones ni pedir disculpas”.

“Desde chico quise ser jugador de fútbol. Y fui el mejor de los mejores, pero sólo en sueños, mientras dormía. Al despertar, no bien caminaba un par de pasos y pateaba una piedrita en la vereda, ya confirmaba que el fútbol no era lo mío. Estaba visto; yo no tenía más remedio que probar algún otro oficio. Intenté varios, sin suerte, hasta que por fin empecé a escribir”.

Era un patadura. Por suerte se dedicó a dibujar primero y a escribir después. Pero se apresuró en irse: teníamos cita para ver este Mundial (por televisión), recordando que una vez, cuando éramos muy chicos y no existía la televisión, escuchamos por radio la transmisión del partido desde el estadio Maracaná de Río de Janeiro –en la voz del inolvidable Carlos Solé- en la que la celeste se consagraba campeón del Mundo.

“Era incomprensible: los uruguayos, tan distantes y respetuosos siempre, se abrazaban en las calles. Centenares en 18 de Julio (la principal avenida de Montevideo) escuchaban por altoparlantes ubicados en General Electric, La Vascongada y el London Paris, la transmisión de don Carlos Solé. “El fútbol produce milagros”.

Hasta hoy, 68 años después, escuchamos en las radios el relato de aquel golazo del Ñato Ghiggia, con un lagrimón rodando por la mejilla. Es difícil ser uruguayo y no amar el fútbol, después de dos consagraciones olímpicas en 1924 y 1928 y el primer campeonato mundial en 1930, en el Estadio Centenario de Montevideo. Es que Uruguay ingresó a la geografía mundial a las patadas, diría Galeano.

Antes de la final contra Argentina en las Olimpíadas de 1928, el periodista Nobel Valentini y el futbolista Álvaro Gestido crearon, sobre un emotivo mundial popular, un verdadero himno de guerra: “Vayan pelando las chauchas/aunque les cueste trabajo/donde juega la celeste, todos el mundo boca abajo”.

La letra no tiene nada de provocativo: En aquellas épocas de amateurismo, en las ligas se jugaba por el asado o por el puchero, y el equipo que perdía debía pelar las chauchas para la ensalada

Xico Sá, amante del fútbol real como buen brasileño, señala que Oscar Tabárez, de 71 años, entrenador del equipo que eliminó a Portugal de la Copa del Mundo, con el espíritu del profesor primario, oficio que ejerció por décadas en las afueras de Montevideo, no deja de dar instrucciones hasta hoy a jóvenes jugadores uruguayos, con visitas a museos, estudios de mapas y visiones sobre botánica, entre otros diálogos sobre la existencia. El fútbol, ​​para el técnico, no es sólo una cuestión de fuerza física y esquemas tácticos, pasa por la idea de formación de las personas.

Diego Lugano, el excapitán de la celeste por muchos años, deletreó parte de la cartilla del maestro: “Antes de ser jugador de la selección uruguaya, usted necesita ser un buen ser humano para jugar con él. Tabárez sólo convoca profesionales con valores e éticos. Eso importa más para él que ser un gran jugador. Si coincidirán las dos cosas, eso es óptimo, pero esa es su idea. Para estar en la selección, primero uno debe tener esos dos requisitos: valores y ética. Si uno es un buen jugador o no, viene después”.

Galeano sostenía que no era fácil ser cronista o periodista deportivo. Cuando uno escribía bien, enseguida lo pasaban a otra sección “más seria”. Y recordaba el vía crucis de Osvaldo Soriano, gran escritor argentino, quien murió sin poder ser periodistas deportivo: “Pero no, Gordo, estás loco, ¿en Deportes? No. Lo tuyo está en Sociedad o en Cultura”, le dijo Rodolfo Walsh cuando Soriano intentó cubrir Deportes en el diario Noticias. Y el Gordo, mascullando bronca, dio media vuelta y se fue.

Me retracto: Galeano sí sabía la diferencia entre un hincha y un fanático.

* Aram Aharonian es periodista y docente uruguayo-venezolano, director de la revista Question, fundador de Telesur, director del Observatorio Latinoamericano en Comunicación y Democracia (ULAC).

Fuente: Rebelión