EDITORIAL
Francisco tiene la razón.
Finalizó 2019 y coincidimos con Jorge Mario Bergoglio cuando, al regreso de su reciente viaje a Japón, comparó la situación actual de Nuestra América con la vivida durante la terrible época del Plan Cóndor, concebido por los Estado Unidos y aplicado por las dictaduras militares, para intentar destruir el auge de los movimientos progresistas que, acorde a esos momentos históricos, intentaba la liberación del dominio imperial oligárquico. Así comentó Francisco: “La situación actual en América Latina se parece a la del 1974-1980, en Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay con Stroesner, y creo también Bolivia (…). Una situación en llamas”.
Y sí, es cierto; no exageró. Si sumamos el número de víctimas de la represión en Chile, Bolivia, Ecuador y Colombia, sólo durante los últimos tres meses del año, las muertes conocidas llegan casi al centenar, suman miles los heridos atendidos en hospitales, incluyendo a cientos que han perdido la visión por la inhumana y terrorista práctica de disparar al rostro de los manifestantes; mientras, los desparecidos, las torturas y las violaciones sexuales vuelven a formar parte de la práctica de los organismos represivos.
Se puede alegar para diferenciar la actual situación de la vivida en las décadas de los setenta y ochenta del pasado siglo que esas atrocidades eran cometidas por dictaduras militares y hoy ni al régimen dictatorial boliviano se le puede catalogar de castrense pues aunque fueron los milicos los que derrocaron a Evo Morales y fue el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, general Williams Kaliman, quien impuso la banda presidencial a la autoproclamada senadora Jeanine Áñez, de la minoría derechista en ese órgano legislativo, esa ´”democrática” acción proporcionó el rostro civil que necesitan los medios de comunicación dominados por el imperialismo para pregonar la legalidad del régimen.
Movimientos sociales en lucha contra el dictador Evo Morales (cuando en realidad siempre resultó electo por una amplia mayoría), presidente renunciante (sin decir que a “sugerencia” de los militares), huyó a México (como forma de salvar su vida y evitar una guerra civil), son los términos usados para disfrazar ante la opinión pública mundial el golpe de Estado, deslegitimar al líder indígena y así encubrir el apoyo de los gobiernos primermundistas a los golpistas.
Sólo el político estadounidense Bernie Sanders, uno de los candidatos demócratas a la presidencia, coincidamos o no con sus criterios, juzgó honestamente lo acontecido en Bolivia; en el foro Real América respondió al periodista Jorge Ramos, de Univisión, quien previamente le cuestionara la preocupación que expresó sobre la situación en Bolivia: “Pienso que Morales hizo un muy buen trabajo aliviando la pobreza y dando a los indígenas de Bolivia una voz que no habían tenido antes. Podemos discutir sobre de si iba por su cuarto periodo y sobre si eso era algo acertado. […] Pero al final fueron los militares los que intervinieron en el proceso y le pidieron que se marchase. Cuando los militares intervienen, Jorge, en mi opinión eso se llama golpe de Estado”. Como resulta lógico, ese criterio no fue escogido por la dictadura mediática para ser destacado.
Tanto en el caso boliviano en que la “democracia” triunfó del brazo de los militares, como en los de Colombia, Ecuador y Chile, cuyos gobiernos pertenecen a los catalogados como democráticos porque lo hicieron a través del voto, una vez más, queda demostrado que la democracia burguesa es una de las formas de ejercicio de la dictadura del capital y por ello resulta imprescindible, para lograr una verdadera revolución social, demoler la institucionalidad burguesa e instaurar nuevos modelos de democracia popular en los que el pueblo sea el garante de los procesos de cambio y forme parte de su defensa, incluyendo la militar y la mediática.
A fin de cuentas, de todas formas, la dictadura del gran capital va a catalogar como antidemocrático a cualquier movimiento progresista, llegue al gobierno por votos o por balas, y desarrollará en su contra todo tipo de conspiraciones.
No es nuestra intención analizar lo acontecido en Bolivia, a lo que dedicamos excelentes artículos que aparecen en este boletín; nos parece más interesante resaltar que pese a la escalada fascistoide que se intenta hoy imponer en Nuestra América, la reacción popular se muestra bien diferente a la que lograron con la inhumana represión instaurar las dictaduras latinoamericanas en las décadas de los setenta y ochenta del pasado siglo.
Asombra ver cómo, pese a los desmovilizadores llamados al diálogo y la paz de su propio líder Evo Morales, los pueblos originarios mantuvieron a costa de sus vidas la rebelión antigolpista hasta que los dirigentes del Movimiento al Socialismo (MAS) en el Poder Legislativo –dicho sea de paso, mayoritario tanto en la Cámara como en el Senado- reconocieron a las autoridades golpistas.
Asombra ver cómo los jóvenes chilenos mantienen las protestas pese a que cientos de ellos han perdido uno o sus dos ojos por disparos de los carabineros.
Asombra ver como en Colombia, país que se consideraba el reino de la derecha continental, el más incondicional aliado de Estados Unidos en Latinoamérica, el Israel suramericano…, hoy el pueblo se moviliza y pone a la defensiva al narcogobierno de Iván Duque.
Aunque el pueblo ecuatoriano que ya nos tiene acostumbrados con sus protestas a echar por tierra gobiernos corruptos y entreguistas (Jamil Mahuad en 2000 y Lucio Gutiérrez en 2005) volvió nuevamente a la carga en octubre y obligó al traidor Lenin Moreno a un repliegue en su política neoliberal.
De esa resistencia de los pueblos el imperialismo y sus lacayos culpan a Cuba y Venezuela y tienen razón aunque no puedan mostrar una sola prueba de ello, porque el ejemplo que emana de esos dos países los hace delirar.
Resulta evidente que finalizó 2019 en medio de una fortísima ofensiva ultraderechista en Latinoamérica y el Caribe, pero también lo es que la resistencia popular, lejos de decrecer aumenta.
El poder hegemónico mundial del imperio estadounidense está en grave peligro; la situación en el Medio Oriente y ante ella las desesperadas medidas terroristas que ha tomado el gobierno de Donald Trump así lo indican.
A Latinoamérica y el Caribe no le queda otra alternativa que resistir. El imperialismo estadounidense nos ve como su patio trasero y hacia él buscará replegarse en busca de mantener su dominio.
Eddy E. Jiménez
TITULARES
– Bolivia: Cartografía de un golpe de Estado. Por Katu Arkonada
– El golpe en Bolivia: cinco lecciones. Por Atilio A. Borón
– Ganar el gobierno y no tener el poder. Por Josué Veloz Serrade
– La vuelta de las botas y los yanquis al “patio trasero”. Por Gustavo Robles
– El golpe que vino desde afuera: geopolítica e intervención en Bolivia.
Bolivia: Cartografía de un golpe de Estado.
Por Katu Arkonada
¿Cómo se ha podido desmoronar el proceso político que más igualdad generó en el país más desigual de América Latina y el Caribe? Quizás en la misma pregunta está la respuesta.
La derecha nacional e internacional nunca le perdonó a Evo Morales, un indígena, aymara, que se tuvo que campesinizar para hacer frente a los estragos del neoliberalismo, que nacionalizara los recursos naturales de Bolivia el 1 de mayo de 2006, tan sólo 3 meses después de tomar posesión, y convocará a una Asamblea Constituyente que otorgaba derechos como nunca en la historia a las mayorías sociales, al sujeto indígena originario campesino.
Y por eso le dieron un golpe de Estado en cuanto pudieron. En cuanto se acumularon suficientes errores sobre los que montarse. En cuanto se generó el clima social adecuado para poder consumarlo sin que pudiera ser revertido.
Hoy, el golpe de Estado en Bolivia traza una línea que divide no ya a los antiimperialistas sino a los demócratas, de quienes se amparan en cualquier error cometido por el gobierno de Evo Morales para justificar o mirar para otro lado ante el golpe contra la democracia que supone lo sucedido en el país andino-amazónico.
Porque un golpe cívico-policial, con la complicidad de las Fuerzas Armadas, y empujado por una oleada de violencia sin precedentes que quemaba casas de militantes del MAS-IPSP o secuestraba personas, dirigida por la derecha racista y reaccionaria, es un golpe de Estado se mire por donde se mire, sin eufemismos.
Y si Galeano escribía que la historia de América Latina es la historia del saqueo de sus recursos naturales, parece innecesario subrayar que también es la historia de la injerencia estadounidense sobre su patio trasero. Injerencia mediante golpes de Estado, pero también mediante mecanismos de dominación como la Organización de Estados Americanos. Una OEA que tiene responsabilidad directa en el golpe no solo por omisión, sino por acción, manipulando a la opinión pública nacional e internacional sin presentar una sola prueba de fraude, tan solo las irregularidades propias de cualquier proceso electoral, y que de ninguna manera variaban el resultado final de la misma: la victoria de Evo Morales y el Movimiento Al Socialismo por más de 10 puntos de diferencia sobre Carlos Mesa. También en algún momento habrá que depurar responsabilidades sobre quién al interior del gobierno boliviano empujó para aceptar como vinculante una auditoria de la OEA y Almagro, que es lo mismo que decir del Departamento de Estado de los Estados Unidos, ante un escenario de retroceso de la integración política latinoamericana, donde los cipayos locales de EE. UU. han destruido la Unasur y vaciado la CELAC.
Porque tampoco cabe ninguna duda del rol jugado por EE. UU. en la crisis posterior al triunfo electoral. A pesar de haber sido expulsado el Embajador estadounidense, la DEA y USAID, de Bolivia, la oficina de la CIA al interior de la Embajada en La Paz ha seguido operando los últimos años fragmentando el movimiento social en varias partes del país.
Se hace necesario aquí reconocer la grandeza y liderazgo de Evo Morales, que ha preferido renunciar a un proceso que tanta sangre alteña y boliviana costó en los años anteriores a 2006. No es casualidad que esta crisis política se salde sin un solo muerto por represión gubernamental, en contraste con lo que sucede en Chile, Ecuador, Honduras o Haití, en este caso con el silencio cómplice de la OEA.
Un Evo que ha preferido asilarse en México, cuando podía haberse atrincherado en el Chapare y liderar la contraofensiva ante el vacío de poder que se abre en una Bolivia sin gobierno, sin quorum en la Asamblea Legislativa Plurinacional para nombrar a una Presidente interina (el MAS tiene 2/3 de la Asamblea), sin ningún liderazgo opositor nacional más allá de los liderazgos regionales, y donde la resistencia al golpe continúa creciendo, sobre todo a partir del núcleo irradiador de El Alto. Las contradicciones entre el heterogéneo bloque opositor, el ejército, la policía y las élites económicas no van a tardar en salir a la luz, y será necesario desnudar los intereses detrás del golpe de Estado.
En esta época de posverdad, donde se justifica un golpe de Estado sin que nadie, incluida la propia OEA, haya mostrado una sola prueba de fraude, ya habrá tiempo de analizar los errores cometidos por el gobierno popular de Evo Morales. Pero ahora son tiempos de resistencia. De cuidar a los compañeros y compañeras perseguidas por sus ideas políticas, y de generar un movimiento mundial de solidaridad con el proceso de cambio boliviano y su Presidente indígena, antiimperialista, anticapitalista, y anticolonialista. Tiempos de organizar la resistencia interna, que va a ser de larga duración.
Ya habrá tiempo de reflexionar por qué no pudieron, con una potencia de fuego, político, económico y mediático, diez veces superior, con la revolución bolivariana, donde a pesar de todos los errores se pudo construir no solo una unidad cívico-militar, sino un pueblo con conciencia crítica y un partido que no fue vaciado por el Estado y fue clave para la movilización popular.
Bolivia no es Venezuela, ni el proceso de cambio la revolución bolivariana. Pero Evo sí es Chávez, es Allende, es Mandela, es todas y cada una de las personas que luchan por un mundo mejor, con justicia social y ambiental.
Evo somos todos, y todas.
Fuente: TeleSur
El golpe en Bolivia: cinco lecciones.
Por Atilio A. Borón
La tragedia boliviana enseña con elocuencia varias lecciones que nuestros pueblos y las fuerzas sociales y políticas populares deben aprender y grabar en sus conciencias para siempre. Aquí, una breve enumeración, sobre la marcha, y como preludio a un tratamiento más detallado en el futuro.
Primero, que por más que se administre de modo ejemplar la economía como lo hizo el gobierno de Evo, se garantice crecimiento, redistribución, flujo de inversiones y se mejoren todos los indicadores macro y microeconómicos la derecha y el imperialismo jamás van a aceptar a un gobierno que no se ponga al servicio de sus intereses.
Segundo, hay que estudiar los manuales publicados por diversas agencias de EE.UU. y sus voceros disfrazados de académicos o periodistas para poder percibir a tiempo las señales de la ofensiva. Esos escritos invariablemente resaltan la necesidad de destrozar la reputación del líder popular, lo que en la jerga especializada se llama asesinato del personaje (“character assasination”) calificándolo de ladrón, corrupto, dictador o ignorante. Esta es la tarea confiada a comunicadores sociales, autoproclamados como “periodistas independientes”, que a favor de su control cuasi monopólico de los medios taladran el cerebro de la población con tales difamaciones, acompañadas, en el caso que nos ocupa, por mensajes de odio dirigidos en contra de los pueblos originarios y los pobres en general.
Tercero, cumplido lo anterior llega el turno de la dirigencia política y las élites económicas reclamando “un cambio”, poner fin a “la dictadura” de Evo que, como escribiera hace pocos días el impresentable Vargas Llosa, aquel es un “demagogo que quiere eternizarse en el poder”. Supongo que estará brindando con champagne en Madrid al ver las imágenes de las hordas fascistas saqueando, incendiando, encadenando periodistas a un poste, rapando a una mujer alcalde y pintándola de rojo y destruyendo las actas de la pasada elección para cumplir con el mandato de don Mario y liberar a Bolivia de un maligno demagogo. Menciono su caso porque ha sido y es el inmoral portaestandarte de este ataque vil, de esta felonía sin límites que crucifica liderazgos populares, destruye una democracia e instala el reinado del terror a cargo de bandas de sicarios contratados para escarmentar a un pueblo digno que tuvo la osadía de querer ser libre.
Cuarto, entran en escena las “fuerzas de seguridad”. En este caso estamos hablando de instituciones controladas por numerosas agencias, militares y civiles, del gobierno de Estados Unidos. Estas las entrenan, las arman, hacen ejercicios conjuntos y las educan políticamente. Tuve ocasión de comprobarlo cuando, por invitación de Evo, inauguré un curso sobre “Antiimperialismo” para oficiales superiores de las tres armas. En esa oportunidad quedé azorado por el grado de penetración de las más reaccionarias consignas norteamericanas heredadas de la época de la Guerra Fría y por la indisimulada irritación causada por el hecho que un indígena fuese presidente de su país. Lo que hicieron esas “fuerzas de seguridad” fue retirarse de escena y dejar el campo libre para la descontrolada actuación de las hordas fascistas -como las que actuaron en Ucrania, en Libia, en Irak, en Siria para derrocar, o tratar de hacerlo en este último caso, a líderes molestos para el imperio- y de ese modo intimidar a la población, a la militancia y a las propias figuras del gobierno. O sea, una nueva figura sociopolítica: golpismo militar “por omisión”, dejando que las bandas reaccionarias, reclutadas y financiadas por la derecha, impongan su ley. Una vez que reina el terror y ante la indefensión del gobierno el desenlace era inevitable.
Quinto, la seguridad y el orden público no debieron haber sido jamás confiadas en Bolivia a instituciones como la policía y el ejército, colonizadas por el imperialismo y sus lacayos de la derecha autóctona. Cuándo se lanzó la ofensiva en contra de Evo se optó por una política de apaciguamiento y de no responder a las provocaciones de los fascistas. Esto sirvió para envalentonarlos y acrecentar la apuesta: primero, exigir balotaje; después, fraude y nuevas elecciones; enseguida, elecciones pero sin Evo (como en Brasil, sin Lula); más tarde, renuncia de Evo; finalmente, ante su reluctancia a aceptar el chantaje, sembrar el terror con la complicidad de policías y militares y forzar a Evo a renunciar. De manual, todo de manual. ¿Aprenderemos estas lecciones?
Fuente: Cubadebate
Ganar el gobierno y no tener el poder.
Por Josué Veloz Serrade
Ganar el gobierno y no tener el poder es la realidad de todos los procesos que quieren construir sociedades alternativas al capitalismo actual. Es un dato de la realidad que debe ser transformado paulatinamente a partir de la acumulación sucesiva de poder o de poderes. La vía mediante la cual hacerlo y el tiempo que requiere convertir al gobierno del pueblo en poder revolucionario, dependen de muchas variables.
Todas las tácticas que se desplieguen durante un gobierno de mayorías populares deben seguir dos principios fundamentales: ganarle tiempo a la burguesía, expresada principalmente en los grupos y corporaciones dominantes; y dotar sucesivamente al pueblo de herramientas de poder.
Estas herramientas van desde políticas públicas favorables, en las cuales una educación con ideología revolucionaria de nuevo tipo es esencial, hasta formas de organización colectiva donde se pueda vivir y experimentar la nueva sociedad que se está construyendo y desde las cuales se pueda defender el proyecto colectivo. Para esto último es necesario educar al pueblo en instrumentos cívico-militares que puedan ser desplegados de manera inmediata ante coyunturas adversas donde los grupos dominantes quieran retomar el gobierno por la fuerza.
La experiencia del ciclo de gobiernos progresistas nos encontró, después de varios años, sin un poder de medios de comunicación alternativos y sin grandes construcciones de colectividades de nuevo tipo donde el horizonte de una sociedad justa e igualitaria fueran experiencia común y cotidiana. En el horizonte estratégico está siempre la sociedad justa sin clases, en la cual se llegaría, por aproximaciones sucesivas y a través de una lucha violenta, a tomar de cada cual según sus capacidades y devolverle a cada cual según sus necesidades. Todo movimiento político revolucionario debe buscar con su accionar las vías y modos para que el pueblo, las grandes mayorías, abracen este proyecto y luchen por él.
Que ese enfrentamiento no es el fruto de que algo nos salió mal; todo lo que se pone en práctica en una revolución antes de tener el poder va dirigido a preparar ese momento y hacerlo de manera que obtengamos una victoria de la que no puedan reponerse jamás los burgueses e imperialistas.
Si llevamos tanto tiempo peleando deberíamos saber de sobra que al capitalismo no le interesa la vida humana y, por supuesto, menos la democracia.
Ya en Grecia hace unos años Alexis Tsipras y su partido Syriza le pidieron al pueblo que dijera en referéndum si querían o no la austeridad que les imponía la Unión Europea y los grupos económicos dominantes del capitalismo central. Aquel pueblo hundido en la miseria y la pobreza de la austeridad votó contra el ajuste. Tsipras llegó a afirmar que no se pondría corbata hasta que salieran de la crisis. Con el pueblo en las calles y con todo el apoyo político que le habían entregado, le impusieron un ajuste mucho más espantoso y el pueblo fue traicionado en su decisión de luchar. Tsipras seguramente no se pondrá una corbata nunca más.
Si el factor permanente y decisivo es el pueblo, uno no se baja del carro de la Revolución cuando aquel está en las calles dispuesto a todo para defender lo poco y mucho que conoció de esa sociedad con la que todos soñamos.
Los pueblos salen a luchar por ese horizonte no realizado pero que sienten posible a partir de lo conquistado o lo que está por conquistar. Hoy el problema fundamental de nuestros pueblos es el de su conducción política. Esta no se encuentra a la altura del nivel político y revolucionario de las masas en nuestro continente. Las distintas movilizaciones populares que hemos vivido en Ecuador, en Chile y ahora en Bolivia lo demuestran.
Los Ponchos Rojos en Bolivia dijeron que capturarían a Fernando Camacho, uno de los líderes del golpe al frente del Comité procívico de Santa Cruz que llama «indios» con desprecio y racismo seculares a los pueblos originarios. El Movimiento Tupac Katari propuso tomar alcaldías en un acto frente a Evo Morales y Alvaro García Linera. Los pueblos saben cosas que sus líderes parecieran desconocer.
Algo sí es cierto: ninguna «alameda» se abrirá solita y cuando el pueblo sale a las calles después de haber entregado el 47 porciento de sus votos, lo único digno es salir a las calles, a vencer o a morir con él.
Luchar por la vida de Evo, por la superación de los errores que dieron al traste con el gobierno y proyecto del MAS –Movimiento al Socialismo– (admisión de la OEA y aceptación de sus «sugerencias», concesiones continuadas ante la presión escalada de la derecha proimperialista, vacilación ante la urgencia de dotar al pueblo de instrumentos para defender sus conquistas, etc.) y por la radicalización del proceso revolucionario en la tierra donde cayó el Che, se convierten en tareas irrenunciables, desde hoy, de todos los revolucionarios del mundo, de todos los seres humanos íntegros.
Fuente: La tecla con café
La vuelta de las botas y los yanquis al “patio trasero”.
Por Gustavo Robles
El Golpe en Bolivia está consumado. Las botas han vuelto a salir a la calle en Nuestramérica para voltear un gobierno elegido por el voto popular y hacerse cargo, de facto, de las riendas del Estado. Eso más allá de que terminen convocando a la Asamblea Legislativa para abrir un nuevo proceso eleccionario que unja una nueva administración: serán las fuerzas armadas las garantes de ello y los custodios del nuevo rumbo que no será precisamente a favor de las mayorías populares.
Está clarita la injerencia imperialista en todo este proceso lamentable. Los hechos se fueron sucediendo como piezas movidas de un plan perfectamente elaborado, y esa elaboración fue indudablemente foránea. Yanki, para más precisiones. Ahí está para confirmarlo la declaración de Trump, que despeja cualquier tipo de duda:
“La dimisión ayer del presidente de Bolivia, Evo Morales, es un momento importante para la democracia en el Hemisferio Occidental. Tras casi 14 años y tras su reciente intento de saltarse la Constitución boliviana y la voluntad del pueblo, la salida de Morales preserva la democracia y abre el camino para que el pueblo boliviano haga que se escuche su voz. Estados Unidos aplaude al pueblo boliviano por exigir libertad y al Ejército boliviano por cumplir con su juramento de proteger no solo a una persona, sino la Constitución de Bolivia. Estos eventos mandan una fuerte señal a los regímenes ilegítimos de Venezuela y Nicaragua de que la democracia y la voluntad del pueblo siempre van a prevalecer. Ahora estamos un paso más cerca de un Hemisferio Occidental completamente democrático, próspero y libre”.
¿A qué le llama la bestia que ejerce la presidencia de Estados Unidos, “el pueblo boliviano”? Porque viene bien recordar que el gobierno depuesto fue votado por el 47% de la población, a más de 10 puntos del segundo, Mesa –otro golpista- que cosechó el 37%. Es evidente que no a la mayoría, mucho menos si es colla o aymará.
Así termina la puesta en escena que tuvo su origen con la intervención de la “oficina yanqui para la Región”, la OEA, el 20 de octubre pasado, cuando este instrumento imperial se entrometió para cuestionar el proceso electoral que dio ganador a Evo Morales, mientras hacía la vista gorda ante el estallido social chileno, del Chile mimado por el imperialismo y gobernado por el cipayo Piñera. La posturas que fueron tomando tanto la Policía como las FFAA fueron “armoniosas y confluyentes”: se fueron llevando unos a otros de la mano hacia el control del Estado y la instauración de facto del Estado de Sitio.
Las fuerzas “democráticas” que se reparten hoy el manejo al país hermano, esas que Trump festeja y aplaude, se han erigido a través de un golpe de Estado, representan a la minoría étnica de Bolivia, económicamente acomodada, cipaya, profundamente oscurantista, clasista, racista, violenta y fascista, lo peor de la derecha que descansa sus privilegios en las iglesias católica y evangelista, y en las fuerzas armadas y de represión.
A eso el imperio lo llama “democracia”.
En definitiva, lo terriblemente inquietante es el nuevo escenario que se instala en la Región. EEUU ha vuelto poner su atención en ella, y ya no se contenta con la sanción económica, la manipulación mediática o el “lawfare”: desempolvó las botas y recurre nuevamente a las Fuerzas Armadas para conseguir sus objetivos. Tenemos una trágica memoria de ello. No se contentará con Bolivia. Irá por Cuba, por Nicaragua y Venezuela. Irá en auxilio de los Piñera y los Moreno. Azuzará a los Bolsonaro. Socavará a Fernández y López Obrador.
Las fuerzas populares combativas y sobre todo las revolucionarias, deberán estar a la altura de lo que se viene. Zanjar diferencias y construir y consolidar espacios de unidad y coordinación. Organizarse para resistir y construir. Tener memoria, aprender de la historia lejana, de la no tan lejana y de la reciente, cuestionar esta “democracia” de mentira, negar sus instrumentos e imposiciones económicas, ponerla en jaque; entender quién es el enemigo y cuál es su instrumento de saqueo y explotación: el sistema capitalista y su fase superior, el Imperialismo.
Cualquier cosa que se intente dentro de esa podrida e injusta maquinaria, terminará como ha concluido al menos en esta etapa, trágicamente, la experiencia de masismo boliviano.
Fuente: Rebelión
El golpe que vino desde afuera: geopolítica e intervención en Bolivia.
Es incontestable que tanto las figuras de Luis Camacho y Carlos Mesa, como la violencia y represión policial-militar que los acompañó en el derrocamiento de Evo Morales, han copado toda la agenda informativa. Sin embargo, una mirada estrictamente localista podría impedir que veamos los flujos de presión internacional que han moldeado el campo de batalla boliviano de forma decisiva.
El rol de Estados Unidos
La OEA, y más específicamente Luis Almagro, fueron el factor desencadenante del golpe que se cristalizó el 10 de noviembre con la renuncia forzada del presidente Evo Morales. El sesgado informe del organismo avaló la tesis del “fraude” e instigó a la persecución del gobierno en funciones, siendo su alcance tan definitorio que, en última instancia, se transformó en el principal instrumento para blindar institucionalmente el cambio de régimen.
Siendo un brazo ejecutor de la política exterior de Estados Unidos en América Latina, la participación de Almagro es prueba suficiente de que Washington fue un actor estratégico del golpe.
Pero no es la figura de Almagro, por sí sola, la que desvela el involucramiento de Estados Unidos. Otros actores que hasta las postrimerías del golpe eran poco visibles, al menos en el panorama de medios, han quedado al descubierto como cabilderos detrás de la cortina.
Es el caso de los senadores Marco Rubio, Bob Menéndez y Ted Cruz, quienes aparecen en un audio filtrado recientemente. “Estos tres nombres que están mencionados en nuestra agendita, son la llave que está manejando el interés de que el pueblo boliviano tenga la justicia por el voto del 21 de febrero de 2016”, afirmó el dirigente opositor boliviano Manfred Reyes Villa sobre el acuerdo político que viabilizaría distintas presiones estadounidenses sobre Evo Morales.
Estas confesiones dejan al desnudo un tipo de injerencia que no sólo implicó cabildear en respaldo hemisférico a los golpistas, sino la movilización del aparataje de la OEA y la asesoría directa a los jefes políticos de la desestabilización.
Cuando la maquinaria del golpe había entrado en pleno funcionamiento y se evolucionaba hacia mayores dosis de violencia el 29 de octubre, el secretario de Estado Mike Pompeo, afirmó desde Twitter: “Estamos profundamente preocupados por las irregularidades en el proceso de conteo de votos de las elecciones del 20 de octubre en Bolivia (…) Hacemos un llamado a Bolivia para restaurar la integridad electoral al proceder a una segunda ronda de elecciones libres, justas, transparentes y creíbles con los dos principales ganadores de votos”, remató el funcionario.
El discurso de Pompeo ordenó la política exterior estadounidense bajo una línea definida a favor del golpe: alentar la narrativa del fraude acusando, por elevación, al gobierno de Evo Morales de “antidemocrático” y de no “permitir” que el candidato de la Casa Blanca, Carlos Mesa, disputara una segunda ronda a la que había perdido derecho dado el resultado electoral.
El pronunciamiento del jefe de la diplomacia estadounidense provocó el repliegue de sus socios regionales en aras de que Evo Morales no fuera reconocido al momento de su victoria. Así, fue generado un clima de desconocimiento político y electoral con el que Camacho y Mesa, días después, jugarían para inflarle beligerancia a sus reclamos revistiendo de “movimiento democrático” lo que era (y sigue siendo) un golpe en proceso.
Estos pronunciamientos públicos y cabildeos en la sombra fue la realización política de un proyecto de intervención mediante vías blandas que llevaba años incubándose. Aunque (“oficialmente”) la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) dejó de operar en Bolivia en el año 2013, sus líneas de financiamiento a sectores opositores, desde el año 2002, estuvieron dirigidas a fortalecer el secesionismo y la “autonomía regional”, el marco histórico y discursivo que nuclea a la vertiente más facha de la clase dominante boliviana. La misma que ha cristalizado el golpe.
Ese financiamiento, aunque cortado por vías regulares en 2013 (la embajada pudo haber continuado el trabajo clandestinamente) con la expulsión de la USAID por parte del presidente Evo Morales, sirvió para asesorar, entrenar y fortalecer logísticamente a los golpistas que, siendo derrotados en 2008, buscarían una década después una revancha asesina.
El último presupuesto anual reconocido por la USAID (en 2011) fue de 26,1 millones de dólares. Sume casi dos décadas de financiamiento y tendrá la caja chica del golpe de 2019 y actores armados bien entrenados.
Sin embargo, la USAID reconoce en sus informes públicos que hasta el año 2013 su abordaje contenía otras vías, mucho más blandas. El Programa de Desarrollo Sostenible y Medioambiente y otros destinados a “fortalecer la democracia”, tuvieron el objetivo de construir una masa crítica que, en el momento preciso, pudiera ser aprovechada para criminalizar al gobierno de Evo por la nacionalización de recursos naturales y tierras privatizadas.
El año pasado, el presidente Evo Morales dijo lo siguiente sobre el encargado de negocios Bruce Williamson: “Ahora el nuevo Encargado de Negocios igual (lo) veo en andanza conspirativas, otra vez. Vamos a esperar un poco de tiempo. Tenemos el derecho soberanamente a decidir qué vamos a hacer con nuestro Encargado de Negocios”. “No conspire”, remató.
La fricción por declaraciones invasivas del funcionario quedó hasta ahí en el registro de medios, sin embargo, a la luz de la consumación del golpe, su rol activo no puede descartarse.
Ese momento preciso fue el incendio de La Chiquitania en los meses de septiembre-octubre, evento que fue el disparo de salida para que ONGs ambientalistas entrenadas por la USAID fabricaran el primer “levantamiento” (avalado en una lógica ambientalista) contra Evo Morales. Esa construcción de laboratorio tuvo un precedente: durante los incendios, el 29 de agosto exactamente, la USAID realizó un repentino (e ilegal) retorno, donde fue recibida por autoridades de Santa Cruz para, en teoría, colaborar con la mitigación de los incendios. Ahora sabemos que la asesoría para el golpe, que empezó como siempre en Santa Cruz, fue directa y en vivo.
Pero a los fondos de la USAID, como casi siempre, se sumaron los de la Fundación Nacional para la Democracia (NED). De forma abierta, este instrumento de la política exterior estadounidense afirma, nada más en 2018, haber desembolsado recursos de casi 1 millón de dólares para beneficiar proyectos “civiles” y ONGs que no escapan de su vinculación en el golpe.
De la gama de líneas de financiamiento, destacan las dirigidas a la Fundacion Milenio, al Instituto Republicano Internacional (IRI) y Centro para la Empresa Privada Internacional (CIPE), casi un total de medio millón de dólares. Estas tres vitrinas comparten el propósito común de “responsabilizar a los candidatos y las autoridades electorales por una campaña justa y transparente y prácticas de votación”, apoyar al “sector privado boliviano” e impulsar ” reformas electorales”. Todos estos tópicos figuraron dentro de la narrativa en la etapa de preparación del golpe.
Fue el inicio del golpe blando, lo que confirma el papel de Estados Unidos en la fase de preparación, posterior activación y cierre “diplomático” del esquema de golpe de Estado. Lo que vendría después sería el respaldo total a la persecución contra el gobierno de Evo.
Luego del informe de la auditoría de la OEA que avaló el fraude, el secretario adjunto interino de la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado de EEUU, Michael Kozak, afirmó: “Apoyamos la convocatoria de nuevas elecciones y un Tribunal Supremo Electoral representativo y creíble. Todos los implicados en el proceso defectuoso deberían renunciar”.
Esa narrativa tan coincidente con Carlos Mesa y Luis Camacho luego sería reforzada por Pompeo, quien indicó: “Apoyamos plenamente los hallazgos del informe de la OEA que recomienda nuevas elecciones en Bolivia para asegurar un proceso verdaderamente democrático representativo de la voluntad del pueblo. La credibilidad del sistema electoral debe ser restaurada”.
Más tarde, una declaración oficial de la Administración Trump blindaría el golpe como “un momento significativo para la democracia en el hemisferio occidental”, refiriéndose a la renuncia forzada del presidente Evo Morales. Aplaudió al “ejército boliviano por acatar su juramento de proteger no solo a una persona, sino a la constitución boliviana”, justificando la salvaje represión que luego se desataría.
Por último, la declaración oficial redirigió la carga narrativa y simbólica del golpe hacia su objetivo estratégico, Venezuela, de cara al anuncio de nuevas manifestaciones violentas para intentar un nuevo cambio de régimen.
“Estos eventos envían una fuerte señal a los regímenes ilegítimos en Venezuela y Nicaragua de que la democracia y la voluntad del pueblo siempre prevalecerán. Ahora estamos un paso más cerca de un hemisferio occidental completamente democrático, próspero y libre”, confiesa la declaración sobre el uso geopolítico y antivenezolano que se le quiere dar al derrocamiento de Evo.
El factor brasileño: gas y una reunión que lo dice todo
Según la revista brasileña Forum, el presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, Luis Camacho, “fue recibido por Ernesto Araújo, canciller de Jair Bolsonaro, en mayo para discutir sobre Bolivia”.
Esto fue en mayo y es lógico inferir que mucho de lo conversado tenía que ver con el cambio de régimen. Pero dejemos que Camacho por ahora hable. “Hemos logrado el compromiso personal y gubernamental del canciller Ernesto Fraga Araújo de elevarse como estado brasileño y garantías de la comisión de la CPE para interpretar la convención sobre la reelección indefinida a la CIDH. El canciller dio instrucciones de inmediato y en la misma reunión para celebrar la consulta”, esto dijo el dirigente del golpe luego de la reunión con Aráujo.
Pero el compromiso referido por Camacho iría más allá de una alianza con el gobierno de Bolsonaro para deslegitimar el triunfo asegurado que tendría Evo Morales el 20 de octubre.
El diario boliviano El Periódico divulgó una cadena de audios donde se demuestra el apoyo del gobierno de Bolsonaro a los golpistas. El opositor Manfred Reyes Villa, miembro de la oposición boliviana que reside en Estados Unidos, reveló que un “hombre de confianza” de Bolsonaro asesoraba a uno de los candidatos presidenciales, muy seguramente Carlos Mesa.
Los audios también reflejan la orquestación del golpe en general, la preparación de un “levantamiento policial y militar”, la invalidación del resultado electoral de la primera vuelta con medidas de fuerza y el asedio de sedes diplomáticas como la venezolana.
Si los intereses de EEUU en el golpe en Bolivia son geopolíticos, los de Brasil son geoestratégicos y energéticos. Su principal empresa petrolera, Petrobras, siempre tuvo una participación dominante sobre las reservas de gas boliviano, una realidad que ha venido cambiando a la luz de reestructuraciones de su filial en Bolivia.
En medio de la agitación del golpe, Petrobras disminuyó considerablemente sus importaciones de gas boliviano, mientras que el Consejo de Administración de Defensa Económica (CADE) de Brasil desprendió a Petrobras del dominio del estratégico gasoducto Brasil-Bolivia, mientras se decide cómo será administrada.
De telón de fondo a estas negociaciones que van en diversas direcciones, se encuentra la pugna por definir el precio del gas que Bolivia suministra a Brasil.
Según la agencia Argus Media, “Brasil ahora está inundado de gas pre-sal, mientras que Argentina está desarrollando enormes reservas de gas de esquisto, dejando a Bolivia con mercados más pequeños para su suministro sin litoral”.
Que estos factores comerciales y energéticos hayan transcurrido a la par del golpe, nos indica que hubo presiones por el lado de los negocios. El golpe contra Evo ha hundido a Bolivia en la inestabilidad total, brindándoles a los capitalistas brasileños una oportunidad para apropiarse de las cuotas de exportación del gas natural boliviano.
La debilidad en la que han dejado al Estado boliviano, y la capa reaccionaria que asume el poder de facto con un estilo muy similar al de Bolsonaro, le dan ventaja al capital brasileño para hacer retroceder a su competidor boliviano, limitado ahora para hacer valer la autoridad pública sobre una importante reserva de gas dentro del mercado energético.
El diario La República de Perú destaca que con la caída de Evo muchos proyectos binacionales de gran calado seguramente se vendrán a pique, realidad que replicará a escala suramericana. Con la llegada del MAS al poder, Bolivia se transformó en una plataforma energética de importancia mundial (por las estratégicas reservas de gas y litio), con enormes posibilidades de concentrar una influencia geopolítica, energética y con proyección a la Amazonía que a Brasil y a Estados Unidos siempre les hizo ruido.
La geopolítica determina la política y el interés de reducir a Bolivia a una posición energética marginal, asfixiando su desarrollo como polo de poder, puede haber forjado el acuerdo entre sectores ecónomicos y del poder de Brasilia y Washington para respaldar el golpe tan abiertamente. Y es que la maniobra a escala geoestratégica, además, podría resultar en que Brasil sustituya a Bolivia como mayor proveedor de gas natural a Argentina, que pronto estrenará un gobierno progresista ubicado en el otro extremo ideológico y político de Bolsonaro. Una buena forma de marcar presencia y dominio en las futuras relaciones bilaterales.
Con respecto al gas ocurre otro evento de importancia. Cinco días antes de la elección a la “estatal boliviana YPFB y la firma rusa Acron acordaron la creación de una empresa conjunta para comercializar en territorio brasileño fertilizantes producidos a partir de gas natural en fábricas de su propiedad en Bolivia y Brasil”, según informó la agencia Sputnik.
Si hemos de buscar otra motivación geopolítica para el golpe, estaba ahí presente pocos días antes de que Evo ganara las elecciones.
La versión brasileña del statement de EEUU, fue un tuit de Ernesto Aráujo afirmando que no había golpe de Estado y que esa expresión, era simplemente una “narrativa de la izquierda”. Dicho eso, y con la reunión con Camacho a cuestas, pocas pruebas más hacen falta para inferir su involucramiento.
Argentina, China, la carrera por el litio y un final
Es bien sabido que Bolivia concentra las mayores reservas de litio del mundo, el denominado “oro blanco” que representa la materia prima para la enloquecida industria global de productos tecnológicos, aeroespaciales y digitales.
Existe una dinámica de coincidencias para nada casuales entre el timorato tratamiento del saliente gobierno de Macri (no calificó el golpe como un golpe) y la necesidad estratégica de Argentina por ganarle a Bolivia la carrera como mayor productor de litio en los próximos años.
El gobierno argentino pisó el acelerador de la producción de este mineral atrayendo inversiones de capital occidental en los últimos años, muy vinculadas a Canadá y los Estados Unidos, toda vez que el poder del Estado sobre el control del mineral fue reducido.
Visto así, es conveniente y poco más que el golpe en Bolivia, la fragmentación de su Estado y la impugnación que los golpistas hacen del control gubernamental sobre los recursos naturales, culmine con que, geopolíticamente, los capitales occidentales asuman desde Argentina el liderazgo de la producción de litio.
Otro aspecto se vincula a esta dinámica de presiones que, aunque manifestadas a nivel diplomático, tienen su raíz en el definitorio y siempre velado “mundo de los negocios”. El 6 de febrero de este año, China invirtió 2 mil 300 millones de dólares en la producción de litio boliviano. Durante la firma del convenio, el embajador de China aseveró: “Es un día histórico porque después de esta firma vamos a establecer esta alianza estratégica en la industrialización del litio. China será el mayor productor de vehículos y consumidores de litio, y Bolivia como el mayor país con reservas de litio”.
El convenio suscrito entre Bolivia y el consorcio chino Xinjiang TBEA Group-Baocheng fue diseñado para industrializar las minas de los salares de Coipasa y Pastos Grandes en Oruro y Potosí, dos departamentos que el golpista santracuceño tomó como fuertes para cercar al país, desplegando una ola de violencia y persecución dantesca contra los seguidores del MAS.
La variable de la proyección china, tan presente en los discursos y estrategias de seguridad nacional de EEUU como una fuente de desafío geopolítico que debe culminar, no escapa del golpe en Bolivia. Podría ser este cambio de régimen, también, un capítulo proxy y artillado de la guerra comercial y de recursos que sostiene la Administración Trump contra China; el golpe para secar una línea de suministro de litio segura y confiable al Gigante Asiático.
Una tríada de potencias y subpotencias regionales operaron con demasiada sincronía para destronar a Evo. El ciclo de privatizaciones y desguase del Estado que orienta el pensamiento político de la vanguardia del golpe, lo hizo aún más necesario.
Una vez más, desde el poder del dinero vinieron las presiones que definieron el cuadro general del golpe, donde Camacho es un empleado de una maquinaria de corporaciones y centros de poder.
Fuente: Misión verdad