EDITORIAL
Ecuador: La traición sobre ruedas.
No caben dudas de que el más duro golpe recibido por el movimiento progresista suramericano en este siglo ha sido la traición del actual presidente ecuatoriano, Lenín Moreno, a la llamada Revolución Ciudadana, cuyo artífice fue el expresidente Rafael Correa.
Aunque aún quedan por ver muchas de las consecuencias que acarreará tal derrota, su magnitud ya se hace sentir en el contexto de toda Latinoamérica.
Los diez años de gobierno de Rafael Correa, que por cierto culminó su mandato con un índice de aprobación, según las encuestas, de un 62 por ciento, se caracterizaron por su apoyo, en todos los sentidos, a la unidad de Nuestra América, la lucha contra la injerencia de Estados Unidos en los asuntos internos latinoamericanos y caribeños y la búsqueda de la independencia económica.
Tras un largo período de sísmica inestabilidad socio-económica, bajo el gobierno de Rafael Correa, Ecuador duplicó su Producto Interno Bruto, los ingresos fiscales se destinaron mayoritariamente a los gastos sociales y la tasa de pobreza se redujo, según el Banco Mundial, de 36,7 en 2007 al 22,5 por ciento en 2014.
En política externa, las posiciones progresistas de Correa marcaron toda una positiva etapa; muestra de ello fueron la adhesión de Ecuador a la Alternativa Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América (ALBA), su apoyo irrestricto a la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y a la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), organismos integradores de Nuestra América –quiérase o no en contraposición al panamericanismo representado por la Organización de Estados Americanos (OEA)-, así como su firme oposición a la presencia militar estadounidense en el área, demostrada con la exigencia de la salida de la base de Manta y el asilo diplomático otorgado a Julián Assange, lo que habla muy alto de su lucha en pro de la libertad de prensa, en momentos en que el imperialismo utiliza la dictadura mediática como uno de sus principales pilares de dominación.
Para comprender lo fácil de transitar que resultó a Lenín Moreno el camino de la entrega y la traición, se nos hace obligatorio volver sobre algunas definiciones que de una forma u otra hemos expresado en pasados editoriales y es que, por un lado y en forma simplista se han catalogado como de revolucionarios y de izquierda a gobiernos que en unos casos no pasan de ser reformistas –los de Lula y Dilma en Brasil- y en otros, como los dos períodos presidenciales de Rafael Correa, caracterizados por honestas posiciones progresistas, tanto en política interna como externa, pero sin asumir un carácter revolucionario.
Y es que para ser izquierdista se precisa ser socialista, no socialdemócrata: ser socialista es ser revolucionario; ser revolucionario es luchar por suplantar el sistema capitalista y para ello resulta imprescindible la toma del poder por los revolucionarios.
Llegar al gobierno no significa para nada llegar al poder. En Latinoamérica, sólo en Cuba los revolucionarios lograron la toma del poder.
No creemos que exista un solo camino para la toma del poder por parte de los revolucionarios pero sí estamos convencidos de que consolidarlo resulta imposible con un ejército profesional, una poderosa oligarquía y un capital extranjero que controlen la economía o con los que haya que contar para realizar transformaciones, una prensa al servicio de la desinformación y la manipulación mediática, un corrupto poder judicial preparado para defender los intereses del capital…, por citar los ejemplos más elocuentes.
El poder oligárquico, en Ecuador, estaba incólume y no conozco que se haya preparado al pueblo para la toma del poder, su posterior consolidación y la consecuente suplantación del sistema capitalista.
En el camino de la toma del poder por los revolucionarios, ha sido la Revolución Bolivariana, en Venezuela, la que más ha avanzado y aún así –tanto por factores internos como externos- no ha logrado la consolidación revolucionaria del poder. Para ello, la Asamblea Nacional Constituyente debe jugar un papel crucial gracias a su integración, basada en el poder originario.
Pero volviendo al tema ecuatoriano, en estos momentos resulta imposible conocer cuándo y a cambio de qué el mimético Lenín Moreno optó por el camino de la traición. ¿Acaso cuando ocupaba el cargo de Vicepresidente, en el primer período presidencial de Correa, ya la oligarquía y el imperialismo habían concluido su trámite de reclutamiento?
Basado en el prestigio y el incondicional apoyo de Correa y el partido por él fundado, Alianza País, y utilizando un discurso entre la adulación al líder y la promesa de diálogo con los oposicionistas, Moreno obtuvo en segunda vuelta una contundente victoria electoral (la comentamos en el editorial de nuestro Número 79, del pasado 15 de junio de 2017) sobre su oponente, el banquero Guillermo Lasso.
En su discurso de toma de posesión proclamó a Correa como el líder del proceso de cambios en Ecuador y tras prometer profundizar la Revolución Ciudadana, declaró: “Hoy concluye una época que deja al país con realidades y objetivos más claros, diez años de educación y salud, de entregar una nueva institución educativa cada 12 días y una médica cada diez. Un decenio en el que forjamos las bases para vivir con energía limpia y propia”.
Hasta ese momento nada parecía presagiar que pocas semanas después, inescrupulosamente, cuanto problema existiese en Ecuador se lo achacaría a su antecesor, comenzaría un desenfrenado acercamiento hacia la derecha más recalcitrante e incluso adoptaría como propia la reaccionaria y antidemocrática aspiración de inhabilitar políticamente a Correa para participar en futuras elecciones presidenciales.
Quien fuera vicepresidente durante seis años, sin emitir críticas ni denunciar irregularidades, comenzó por valerse del poder judicial para arrebatarle la vicepresidencia, obtenida a través del voto popular, a Jorge Glas, amigo y fiel seguidor de Rafael Correa, acusado y condenado sin que se le haya podido probar su participación en el escándalo de soborno de la compañía brasileña Odebrecht, pues la única “prueba” en su contra está basada en la delación de un funcionario de esa empresa, José Conceição dos Santos Filho, al que se le prometió reducir su pena si “colaboraba” con las autoridades brasileñas.
Así, y en forma bien apresurada, Moreno fue destituyendo en el aparato burocrático a todo aquel que mantuviera posiciones por él tildadas de correistas, hasta lograr el control de Alianza País. Apoyado por la derecha oligárquica, con su poderoso aparato mediático, al que se sumó la propaganda gubernamental, Moreno convocó a un referendo, que disfrazado con otras preguntas que lógicamente serían respondidas con un sí, estaba encaminado en primera instancia a evitar la repostulación de Correa en futuras elecciones presidenciales, además de buscar la subordinación al Presidente del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, organismo creado como Quinto Poder Estatal, para la coordinación entre los poderes estatales, y la eliminación de controles a la plusvalía.
Pese a que Rafael Correa prácticamente careció de acceso a la prensa, a no tener partido que lo apoyara y a encontrarse unida toda la maquinaria política derechista, un 36 por ciento del electorado votó por el no en esas tres preguntas; otro desenlace resultaba imposible pues estamos en presencia de un pueblo desinformado que acudió a las urnas al llamado del “seguidor” de Correa y de su partido, Alianza País, y que por ingenuidad política poco podía diferenciar entre una u otra posición a asumir, máxime si todos los factores, tanto la “izquierda”, como la derecha hacían campaña por el sí.
De esa forma quedó consumada la traición completa: contra el pueblo que votó por la continuidad de la Revolución Ciudadana, contra el programa progresista del partido Alianza País, y contra Rafael Correa.
Las consecuencias en el ámbito latinoamericano ya comienzan a evidenciarse: a fines de febrero, por primera vez en nueve años, un alto funcionario estadounidense, el subsecretario de Estado para Asuntos Políticos de Estados Unidos, Thomas Shannon, fue recibido por el presidente Moreno que dijo: “Esta es una muy grata visita. Tenemos varios temas que tratar: relaciones y convenios bilaterales, asuntos de movilidad humana, cultura, educación, comercio, combate al narcotráfico, defensa de los derechos humanos y de la democracia”. Shannon, por su parte, fue totalmente claro y explícito; después de felicitar al gobierno por “abstenerse en voto sobre el tratamiento del tema Venezuela en el Consejo Permanente de la OEA”, agregó que: “Ecuador tendrá un papel importante en los próximos pasos que tendremos que tomar en la OEA (Organización de Estados Americanos) sobre Venezuela”.
Un mes después, a fines de marzo, visitó Quito una delegación del Comando Sur de Estados Unidos integrada por el teniente general Joseph P. DiSalvo y la asesora de Política Exterior, Liliana Ayalde, y se reunieron con oficiales de las Fuerzas Armadas de Ecuador. Según la Embajada estadounidense, el propósito de la visita fue “fortalecer” las relaciones con el gobierno e “impulsar” la cooperación bilateral.
En lo interno, comienza una etapa que ya algunos han dado en llamar el inicio de pequeñas dosis de neoliberalismo. Por el momento, al expresidente Rafael Correa no le ha quedado otra alternativa que desafiliarse de Alianza País, partido por él fundado, y crear el Movimiento de la Revolución Ciudadana, junto a algunos de sus compañeros, entre ellos Ricardo Patiño y Gabriela Rivadeneira.
Pese a ser condenado al ostracismo, Correa siguen siendo peligroso y más aún sus ideas. La derecha no cejará en desacreditarlo.
Hemos querido básicamente dedicar este número al tema ecuatoriano, por lo que procedemos a reproducir algunos artículos que nos parecen muy interesantes, aún cuando no estemos de acuerdo con determinados conceptos en ellos expresados.
Eddy E. Jiménez
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TITULARES
–La izquierda latinoamericana, ¿atacada por la derecha y sus propios errores? Por: Rafael Correa
-¿Tres NO por cuatro SI? Por: Orlando Pérez
-Ganó la derecha, ¿y ahora qué? Por Atilio Borón
– Armas críticas de la izquierda latinoamericana. Por Pedro de la Hoz
La izquierda latinoamericana, ¿atacada por la derecha y sus propios errores?
Por: Rafael Correa
El cambio de época
Después de la larga y triste noche neoliberal de los noventa -que quebró naciones enteras como Ecuador-, y a partir de que Hugo Chávez ganó a finales de 1998 la Presidencia de la República de Venezuela, los gobiernos derechistas y entreguistas del continente empezaron a derribarse como castillo de naipes, llegando a lo largo y ancho de nuestra América gobiernos populares y adscritos al Socialismo del Buen Vivir.
En su apogeo, en el 2009, de diez países latinos de América del Sur, ocho tenían gobiernos de izquierda. Además, en Centroamérica y el Caribe estaba el Frente Farabundo Martí en El Salvador, el sandinismo en Nicaragua, Álvaro Colom en Guatemala, Manuel Zelaya en Honduras, y Leonel Fernández en República Dominicana. En países como Guatemala, con Álvaro Colom, o Paraguay, con Fernando Lugo; era la primera vez en la historia que la izquierda llegaba al poder, en el último caso rompiendo incluso una constante de siglos de bipartidismo.
En mayo 2008 nace Unasur y en febrero de 2010 se crea la Celac, con 33 miembros. De los 20 países latinos de Celac, 14 tenían gobiernos de izquierda, es decir, el 70 por ciento.
La primera parte del siglo XXI sin duda han sido años ganados. Los avances económicos, sociales y políticos fueron históricos y asombraron al mundo, todo esto en un ambiente de soberanía, de dignidad, de autonomía, con presencia propia en el continente y en el mundo entero. Por supuesto, ayudó mucho la favorable coyuntura económica mundial. Las materias primas que exporta especialmente Sudamérica, tuvieron altos precios durante esos años, pero la gran diferencia es que por fin esa riqueza fue invertida en el Buen Vivir de nuestros pueblos.
América Latina vivió no una época de cambios, sino un verdadero cambio de época, que también modificó substancialmente el balance geopolítico de la región. Por ello, para los poderes fácticos y países hegemónicos, era indispensable acabar con estos procesos de cambio en favor de las grandes mayorías, y que buscaban la segunda y definitiva independencia regional.
La restauración conservadora
Aunque ya en el 2002 el Gobierno de Hugo Chávez tuvo que soportar un fallido golpe de Estado, es realmente desde el 2008 que se intensifican intentos no democráticos de acabar con los gobiernos progresistas, como fue el caso de Bolivia en el 2008, Honduras 2009, Ecuador 2010, y Paraguay 2012. Cuatro intentos de desestabilización, dos de ellos exitosos -Honduras y Paraguay-, y todos contra gobiernos de izquierda.
A partir del 2014 y aprovechando el cambio de ciclo económico, estos esfuerzos desarticulados de desestabilización se consolidan y conforman una verdadera “restauración conservadora”, con coaliciones de derecha nunca vistas, apoyo internacional, ilimitados recursos, financiamiento externo, etcétera. La reacción se ha profundizado y ha perdido límites y escrúpulos. Ahora tenemos el acoso y boicot económico a Venezuela, el golpe parlamentario en Brasil, y la judicialización de la política –”lawfare”-, como nos lo demuestran los casos de Dilma y Lula en Brasil, Cristina en Argentina, y el vicepresidente Jorge Glas en Ecuador. Los intentos para destruir Unasur y neutralizar la Celac, también son evidentes y, no pocas veces, descarados. Ni hablar de lo que está sucediendo en Mercosur. El fracaso del ALCA a principios de siglo trata de ser superado con la Alianza del Pacífico.
En Sudamérica, en los actuales momentos, tan solo quedan tres gobiernos de corte progresista: Venezuela, Bolivia y Uruguay. Los eternos poderes que siempre dominaron a Latinoamérica, y que la sumieron en el atraso, desigualdad y subdesarrollo, regresan con sed de venganza, después de más de una década de continuas derrotas
Los ejes de la estrategia de la restauración conservadora
La estrategia reaccionaria está articulada regionalmente y se fundamenta básicamente en dos ejes: El supuesto fracaso del modelo económico de izquierda, y la pretendida falta de fuerza moral de los gobiernos progresistas.
Con respecto al primer eje, desde la segunda mitad del año 2014, debido a un entorno internacional adverso, toda la región sufrió una desaceleración económica que se convirtió en recesión en los dos últimos años, con tasas de crecimiento del 1.2, -0.2 y -0.8 por ciento para los años 2014, 2015 y 2016, respectivamente. Los resultados son dispares entre países y subregiones, reflejo de la diferente estructura económica y políticas económicas aplicadas, pero las dificultades económicas de países como Venezuela o Brasil son tomadas como ejemplo del fracaso del socialismo, cuando Uruguay, con un gobierno de izquierda, es el país más desarrollado al sur del Río Bravo, o cuando Bolivia tiene los mejores indicadores macroeconómicos del planeta.
En el caso ecuatoriano, enfrentamos lo que llamamos “La Tormenta Perfecta”: El desplome de las exportaciones junto con una importante apreciación del dólar, la moneda de curso legal. Los choques externos negativos recibidos durante los años 2015-2016, no tienen parangón en la historia contemporánea ecuatoriana. Por primera vez en los últimos treinta años, tuvimos dos años seguidos de decrecimiento en exportaciones, perdiéndose cerca del 10 por ciento del PIB. Para el 2016, el valor de las exportaciones era apenas el 64 por ciento de finales del 2014. En el primer trimestre de 2016, el precio del barril del petróleo ecuatoriano estuvo por debajo del mítico piso de 20 dólares, que no alcanzaba a cubrir ni los costos de producción.
Mientras tanto, el dólar norteamericano se comportaba en forma exactamente contraria a las necesidades macroeconómicas, pasando de 0.734 a 0,948 euros/dólar entre enero 2014 y diciembre 2016, es decir, cerca de 30 por ciento de apreciación. Las monedas de países vecinos como Colombia llegaron a depreciarse en más del 70 por ciento.
Las pérdidas netas fiscales entre el 2015 y 2016 se calculan en 12 por ciento del PIB. Por primera vez en la historia, en lugar de recibir ingresos petroleros, el Gobierno Central tuvo que dar cerca de 1600 millones de dólares a las petroleras estatales para que no quebraran, como estaba sucediendo con muchas empresas petroleras alrededor del mundo. A esto hay que sumarles litigios perdidos en espurios tribunales arbitrales, que obligaron a pagar más de 1por ciento del PIB a las petroleras Oxy y Chevron.
Como si esto fuera poco, el 16 de abril de 2016 ocurrió en la zona costera un terremoto de cerca 8 en la escala de Richter, que costó centenas de vidas, hizo decrecer la economía en 0,7 por ciento, y produjo pérdidas por más de 3 por ciento del PIB, sin contar las cerca de 4 mil réplicas que ha tenido.
Por todos estos factores, la economía pasó de un vigoroso crecimiento del 4 por ciento en el 2014, a tan solo 0,2 por ciento en el 2015, y a un decrecimiento de -1,5 por ciento en el 2016. Sin embargo, pese a las dificultades extremas y carecer de moneda nacional, se superó la recesión en tiempo récord, con un mínimo costo, y sin incrementar pobreza ni desigualdad, algo inédito en América Latina. En el 2017 ya se espera un crecimiento de al menos 2 por ciento mayor que el promedio latinoamericano de 1,3 por ciento.
En Ecuador, las políticas heterodoxas han demostrado ser más eficientes tanto en época de expansión como en época de recesión. Entre el 2007 al 2017 Ecuador más que duplicó el tamaño de su economía, su crecimiento económico fue mayor que el promedio de la región, y fue el país que más aumentó en la región el ingreso de los pobres y también más disminuyó la brecha entre ricos y pobres, logrando que dos millones de personas salieran de la pobreza, esto es, una reducción de 12,5 por ciento.
El problema es que, para la gente común, poco importan estos análisis económicos. Ellos sólo sienten que en los últimos años sus negocios venden menos, es más difícil para sus hijos encontrar trabajo, y ya no se incrementan sus ingresos al ritmo de antes. Esto lo explota muy bien una prensa especialista, no en informar, sino en manipular. Una recesión continental, y, en el caso ecuatoriano, sin tipo de cambio, la asocian a las políticas económicas, no a las estructuras de nuestras economías, o en otros casos pretenden hacer creer que en pocos años se podían cambiar esas estructuras, y, el no haberlo logrado, supuestamente es una muestra del “fracaso” de la izquierda. Mientras que a los gobiernos de derecha se les criticaba no haber hecho nada, a los gobiernos de izquierda se les critica no haber hecho todo.
El segundo eje de la nueva estrategia contra los gobiernos progresistas es el moral. El tema de la corrupción se ha convertido en la eficaz herramienta para destruir los procesos políticos nacional-populares en nuestra América. El caso emblemático es el de Brasil, donde una operación política muy bien articulada logró la destitución de Dilma Rousseff de la Presidencia de Brasil, para luego demostrarse que no tenía nada que ver con las cuestiones que se le imputaban. En Ecuador, se está siguiendo exactamente el mismo libreto con el vicepresidente de la República.
En esta estrategia de “lawfare” se empieza primero con alguna acusación de mucho impacto y poco sustento; luego viene un bombardeo mediático que aniquile el apoyo que pueda tener la víctima escogida; y, finalmente, el ser culpable o inocente será un detalle irrelevante para jueces presionados política y mediáticamente, que ya no buscan condenar por razones, sino razones para condenar, porque la sentencia condenatoria ya fue establecida por los medios y la “opinión pública”.
¿Quién puede estar contra una verdadera lucha contra la corrupción? Eso fue lo que hicimos en Ecuador durante los últimos diez años, erradicando la corrupción institucionalizada que existía, pero la supuesta lucha anticorrupción de la derecha y sus medios es absolutamente insincera, y tan solo un instrumento de ataque político, como lo fue en los noventa la lucha contra el narcotráfico, o en su momento la lucha contra el comunismo. Para una verdadera lucha contra la corrupción, bastaría, por ejemplo, prohibir los paraísos fiscales, por donde pasa prácticamente toda la corrupción que hemos tenido que enfrentar.
Nos hablan de falta de controles, de permisividad, de sistemas de corrupción. ¿Qué control permite detectar una coima en una cuenta secreta en un paraíso fiscal? En Ecuador, los controles son tan fuertes que se tienen que declarar el origen de depósitos de más de 10 mil dólares, pero en paraísos fiscales se puede depositar millones, sin que nadie informe nada.
Y, por supuesto, el encuadre comunicacional es que la corrupción se da por culpa del Estado, que lo público, a diferencia de lo privado, es la fuente de los problemas. La realidad es que -como en el caso Odebrecht, empresa constructora brasileña que creó toda una estructura de corrupción en 12 países-, la corrupción en gran medida es promovida por el sector privado. En países como Alemania, hasta hace poco, sus empresas podían deducir de impuestos los gastos para pagos ilícitos en nuestros países.
Hay una gran hipocresía mundial en torno a la lucha contra la corrupción. Cabe indicar que Ecuador es el primer país del mundo en aprobar mediante consulta popular una ley que impide a los funcionarios públicos tener operaciones de cualquier índole en paraísos fiscales. Esto ya convierte en delito el uso de estas guaridas, pero éstas siguen existiendo.
En resumen, se busca destruir no solo el modelo sino también los logros alcanzados por el progresismo, sobre la base de amplificar y generalizar, sobre todo a través de los medios de comunicación, problemas prácticamente ineludibles del ejercicio del poder.
¿La izquierda, víctima de su propio éxito?
Probablemente la izquierda es también víctima de su propio éxito. Según la CEPAL, casi 94 millones de personas salieron de la pobreza y se incorporaron a la clase media regional durante la última década, en su inmensa mayoría fruto de las políticas de los gobiernos de izquierda.
En Brasil, 37.5 millones de personas dejaron de ser pobres entre 2003 y 2013, y ahora son de clase media, pero esos millones no fueron una fuerza movilizada cuando un Parlamento acusado de corrupción destituyó a Dilma Rousseff. Tenemos personas que superaron la pobreza y que ahora –por lo que se llama muchas veces prosperidad objetiva y pobreza subjetiva- pese a que han mejorado muchísimo su nivel de ingreso, piden mucho más, y se sienten pobres no en referencia a lo que tienen, peor aún a lo que tenían, sino a lo que aspiran.
Esa nueva clase media que ha emergido fruto del éxito de las políticas económicas y sociales de la propia izquierda, necesitan un nuevo discurso y mensaje. Sus demandas no son solamente diferentes, sino incluso antagónicas a las de los pobres, y sucumben más fácilmente a los cantos de sirena de la derecha y su prensa, que les ofrece para todos un estilo de vida a lo New York.
La izquierda siempre ha luchado contra corriente, al menos en el mundo occidental. La pregunta es, ¿estará luchando contra la naturaleza humana?
El problema es mucho más complejo si añadimos a esto la cultura hegemónica construida por los medios de comunicación, en el sentido gramsciano, esto es, lograr que los deseos de las grandes mayorías sean funcionales a los intereses de las élites. Un ejemplo dramático fue el rechazo a la Ley de Herencia que se intentó aplicar en Ecuador, consistente en un impuesto mucho más progresivo para las herencias de mayor tamaño. Pese a que tan solo un tres por mil de la población recibe en Ecuador una herencia, y que el nuevo impuesto sólo afectaba a los grandes legados, es decir, al 0,004 por ciento de las herencias, esto es, aproximadamente 172 personas por año sobre una población de 16 millones, muchos pobres y clase media salieron a protestar por un impuesto que jamás tendrán que pagar, manipulados en gran medida por los medios de comunicación.
Nuestras democracias deben llamarse democracias mediatizadas. Los medios de comunicación son un componente más importante en el proceso político que los partidos y sistemas electorales; se han convertido en los principales partidos de oposición de los gobiernos progresistas; y son los verdaderos representantes del poder político empresarial y conservador.
No importa lo que convenga a las grandes mayorías, lo que se haya propuesto en la campaña electoral, y lo que el pueblo, el mandante en toda democracia, haya ordenado en las urnas. Lo importante es lo que aprueben o desaprueben en sus titulares los medios de comunicación. Han sustituido al Estado de Derecho con el Estado de opinión.
¿Existe “desafío estratégico”?
La izquierda regional enfrenta los problemas de ejercer -o haber ejercido- el poder, frecuentemente de forma exitosa pero desgastante.
Es imposible gobernar contentando a todo el mundo, más aún cuando se requiere tanta justicia social. En Ecuador, por darle la voz a los humildes, oportunidades a los pobres, derechos a los trabajadores, dignidad a nuestros campesinos, por arrancarles el poder a los que siempre habían usufructuado de él -la banca, los medios de comunicación, la partidocracia-, nos granjeamos poderosos enemigos, y nos acusaron de “polarizar” el país. Olvidan que, por la mitad de lo logrado, hace pocas décadas hubiéramos tenido una guerra civil. Nosotros lo hicimos cansándonos de ganar elecciones.
Cuando se es la izquierda del 3 por ciento en permanente oposición, sin vocación de poder, acostumbrada a protestar y no a proponer, no se entiende lo que es tener que gobernar en adversas situaciones económicas, o enfrentar traidores que sucumbieron ante la tentación del poder y el dinero. Es claro que la única batalla que no puede perder un revolucionario es la batalla moral, pero un gobierno honesto no es el que nunca sufrió casos de corrupción, sino aquel que nunca los toleró. No comprender esto confunde a mucha militancia, y resta unidad y vigor a los movimientos progresistas, desmoralizándose ante el primer inconveniente, y muchas veces otorgándoles a los opositores una razón que nunca tuvieron.
Siempre hay que ser autocríticos, pero se trata también de tener fe en nosotros mismos. Los gobiernos progresistas están bajo constante ataque, las élites y sus medios de comunicación no nos perdonan ningún error, buscan bajarnos la moral, hacernos dudar de nuestras convicciones, propuestas y objetivos. Por ello, tal vez el mayor “desafío estratégico” de la izquierda latinoamericana, es entender que toda trascendental va a tener errores y contradictores, pero también, como decía San Ignacio de Loyola, comprender que, en una fortaleza asediada, cualquier disidencia es traición.
Fuente: Confirmado.Net
¿Tres NO por cuatro SI?
Por: Orlando Pérez
La “verdadera” realidad política se ha trasladado a las redes sociales y grupos de whatsapp, donde ahora se intensifican las conversaciones personales.
Gracias al cerco mediático instaurado en Ecuador la prensa comercial (y en algunos casos ultra gobiernista) la “verdadera” realidad política se ha trasladado a las redes sociales y grupos de whatsapp, donde ahora se intensifican las conversaciones personales. Y en esos espacios hay un factor común: incertidumbre. Pero también otro: desconcierto por el destino inmediato de la izquierda.
Antes que nada habría que aclarar por qué hablo de cerco mediático:
1.- La prensa comercial (las grandes cadenas de televisión y los principales periódicos) y los ahora llamados medios públicos (que no pueden ser más gobiernistas y con una agenda de derecha y conservadora extrema) sostienen un mismo relato y no permiten ni acceden a otras voces, posturas y reflexiones sobre lo que pasa en la política. Y cuando lo hacen (supuestamente para guardar cierto equilibrio) el entrevistador o el moderador del debate pasa a ser uno más del bando conservador.
2.- Quienes tienen alguna presencia o importancia política que no coincida con las posturas conservadoras y gobiernistas definitivamente tienen cerrada toda opción de expresión. Cerca de una docena de editorialistas del ex diario público El Telégrafo han dejado de publicar sus opiniones porque la nueva dirección optó por personajes de la derecha ecuatoriana, ligados a grupos económicos o al servicio de éstos.
Entonces, ese cerco mediático impide una mejor comprensión del fenómeno político actual, porque si bien en el Gobierno de Lenin Moreno hay figuras de la izquierda nacional también es cierto que han sido objeto de un linchamiento mediático para expulsarlos de los cargos que ahora ostentan. Mientras tanto en las redes sociales y grupos de whatsapp la difusión de videos, comentarios, artículos, denuncias o documentos proliferan vertiginosamente, como si la prensa tradicional hubiese perdido su razón de ser y el ciudadano común asumiera ese rol.
Por ello la discusión y la reflexión sobre la Consulta Popular en Ecuador, propuesta por Lenin Moreno, para modificar la Constitución en siete aspectos, no está reflejando el sentir ciudadano en todas sus expresiones. Parecería que impera un “unanimismo”, así como la publicidad electoral que está inundada de afiches y banderas por el SI en las principales ciudades, mientras la propaganda por el NO es intensa en las redes sociales y en los teléfonos celulares.
En lo fundamental esto solo revela una nueva hegemonía política y mediática en un país que hace menos de un año vivió una de las disputas más intensas donde los bloques políticos estaban definidos y encuadrados a favor y contra de la Revolución Ciudadana. Hace un año nadie de la derecha conservadora y mediática dudaba en criticar e injuriar a Lenin Moreno por ser el escogido por el Movimiento Alianza PAIS para disputar la Presidencia de la República. Hoy ese mismo bloque lo apoya y también no deja de presionarle por lo que consideran que debe ser su agenda económica, política, social y su agenda internacional.
Bastaría ver cómo reaccionó ese bloque conservador mediático con la designación de la nueva vicepresidenta María Alejandra Vicuña, con el otorgamiento de la nacionalidad a Julian Assange o con la presencia den Ecuador del líder de la Revolución Ciudadana, Rafael Correa.
Hoy por hoy el debate del ciudadano común (con otro nivel de politización) es por qué votaría NO en cada una de las siete preguntas y por qué SI. Y entonces hay división de criterios. ¿Tres por el NO y cuatro por el SI? ¿Todo SI? ¿Todo NO?
Claro, las preguntas 2 y 3 de la Consulta son consideras las más polémicas. La 2 impediría la postulación presidencial de Correa en el 2021 y la 3 desmontaría el Quinto Poder del Estado, en el denominado Consejo de Participación Ciudadana, para favorecer un modelo donde el presidente Moreno impondría los nombres de sus integrantes y éstos tendrían la potestad de destituir a las principales autoridades de control, del poder judicial y de la mismísima Corte Constitucional. Y en la pregunta 6 que da un paso atrás en el control y regulación de la plusvalía, como fuente de especulación y enriquecimiento de quienes negocian con los bienes raíces desde siempre.
A pocos días de la votación del 4 de febrero, ni siquiera las encuestadoras atinan a una muestra real y verificable del real estado de opinión y de la postura del ciudadano a favor o en contra de esta Consulta. Y como ya las encuestadoras no cuentan con la credibilidad necesaria en ninguna parte del mundo, serán de nuevo las redes sociales y los grupos de whatsapp los que identifiquen la verdadera temperatura política del Ecuador. Y hasta que se den oficialmente los resultados el aparato mediático conservador seguirá sustentando la supuesta realidad política, siempre favoreciendo a sus intereses y dejando de lado la diversidad y pluralidad de opiniones que ahora más que nunca están reflejándose en esos modos de actuar (internet fundamentalmente) donde no hay consensos ni unanimismo que valga.
Fuente: TeleSur
Ganó la derecha, ¿y ahora qué?
Por Atilio Borón
Era previsible que el bloque de la derecha que gobierna el Ecuador se saliera con la suya. Ganaron una importante batalla para reinstalar al decrépito e injusto orden social del pasado con plenos poderes en el Palacio de Carondelet. Pero, ¿cómo fue que ganaron? y, además, ¿ganaron efectivamente la guerra?
Ganaron violando la normativa vigente que exigía que la Corte Constitucional certificase que la consulta se atenía a los preceptos establecidos por la Constitución de Montecristi. El Presidente Lenín Moreno, poseído por una harto sospechosa urgencia, no quiso esperar los tiempos constitucionales y, así, manu militari, convocó a una consulta ilegal e inconstitucional que, además, nunca estuvo entre sus planes. Durante su campaña presidencial de Febrero del 2017 y en el balotaje del 2 de Abril Moreno jamás mencionó la necesidad de convocar a esta consulta, ni manifestó interés alguno en profundizar en algunos de los temas que ayer fueron motivo de consulta. Por lo tanto hay una ilegitimidad de origen que será fuente de duras disputas en los años por venir.
Pero además el bloque de la derecha, al cual se ha plegado Moreno vaya uno a saber a cambio de qué, atentó contra las condiciones más elementales que requiere una elección democrática. Durante el mes de campaña el ex presidente Correa no fue invitado a ningún programa de la televisión privada o pública, ni a una radio de alcance nacional ni entrevistado por periódico alguno. El del gobierno nacional, El Telégrafo, lo excluyó por completo en un alarde de irrespetuosidad quien hasta hacía menos de un año había sido presidente de la república. Sí le hizo lugar en sus columnas al corrupto usurpador de la presidencia brasileña, Michel Temer. No es un misterio para nadie que sin democracia en el espacio público, en especial en los medios de comunicación, no puede haber democracia electoral. Bajo esas condiciones lo que hay es un simulacro de democracia pero nada más. Y eso es lo que hubo ayer en Ecuador, pese a que el gobierno apela al pomposo título de “consulta ciudadana”. Si Correa fue escondido por todos los medios nacionales era casi un milagro que pudiera revertir esa situación en el plano electoral. No sólo eso: la oligarquía mediática y la derecha no ahorraron palabras para difamar la figura del ex presidente, privándolo del derecho a réplica. De hecho, la opinión pública fue bombardeada con toda clase de calumnias e infamias contra Correa, para complacencia del gobierno y sus mandantes.
¿Qué tan sólido es el triunfo de la derecha? Y decimos la derecha porque todo el aparato propagandístico de la reacción le atribuirá el triunfo a los enemigos de Correa, a quienes éste derrotara constantemente a lo largo de diez años, y no a Moreno, relegado a un merecido segundo plano y a quien difícilmente le dejen subirse al podio de los vencedores. Se le encargó una tarea sucia, la hizo pero de ninguna manera esto lo convertirá en el líder del bloque restaurador. Si se hace un ejercicio aritmético muy simple, por ejemplo en la crucial pregunta dos -que impide la re-elección más de una vez- y se restan a los votos por el NO (65 %, con casi la mitad de los votos escrutados al cerrar esta nota) el porcentaje obtenido por Guillermo Lasso, el candidato de la derecha en el balotaje de Abril (49 %), el resultado es que el NO de Moreno apenas alcanza a un 16 % contra el 35 % del SI de Correa. Por eso la derecha reclamará de modo intransigente que la del referendo fue su victoria y no la del gobierno.
Dicho todo esto, ¿se encaminará Ecuador hacia el “pos-correísmo”? Difícil de pronosticar, pero la historia reciente de ese país nos recuerda que los diez años de estabilidad política y social de época de Correa fueron un intervalo virtuoso en una historia reciente signada por más de una década de insurgencias plebeyas e insurrecciones populares. Impedir que el ex presidente pueda ejercer su derecho ciudadano a presentarse como candidato a elecciones puede ser el detonante de nuevas conmociones. Porque no sólo se condena al ostracismo a una figura de dimensiones continentales como Correa sino que se proscribe, indirectamente, a una fuerza política que individualmente considerada es mayoritaria pues controla en soledad por lo menos un tercio de los votos válidos, lo cual arroja serias dudas acerca de futura estabilidad del sistema político. Cumplida su labor Moreno, que no cuenta con una mayoría parlamentaria, quedará prisionero del chantaje de la derecha. Los banqueros, la oligarquía empresarial, la “embajada” y el corrupto poder mediático impondrán su programa restaurador y contra-reformista a sangre y fuego, y el actual presidente podría correr la suerte de Jamil Mahuad que por aplicar el programa de los banqueros tuvo que huir raudamente de Carondelet y buscar refugio en la embajada de Estados Unidos. En suma, Moreno y sus patrones han decidido jugar con fuego. Ganaron una batalla pero no hace falta ser muy perspicaz para ver que un pueblo que en un plazo de diez años tumbó a tres presidentes y provocó el derrocamiento de otros más podría llegar a recordar sus hazañas de antaño y, ante la salvajada que se avecina: una dictadura desembozada del capital, decidir que una vez más tiene que tomar el destino en sus manos y sacudirse de encima el yugo de sus opresores y de los que traicionaron al proyecto emancipatorio de la Revolución Ciudadana.
Fuente: TeleSur
Armas críticas de la izquierda latinoamericana
Por Pedro de la Hoz
La sección Desde la izquierda rinde tributo al economista y sociólogo brasileño fallecido recientemente, Theotonio dos Santos, uno de los referentes induscutibles del pensamiento contrahegemónico en nuestra región
Las armas de Theotonio dos Santos no han mellado su filo. El economista y sociólogo brasileño, fallecido a los 81 años de edad el último martes en Río de Janeiro, legó al pensamiento emancipador latinoamericano y caribeño una obra original, esencial para la comprensión de la historia y la realidad de la región.
Su formidable producción teórica quedó plasmada en libros de obligada consulta como La clase dominante brasileña (1966), Socialismo o fascismo: el dilema latinoamericano (1969), Imperialismo y dependencia (1978), La estrategia y la táctica socialistas de Marx y Engels a Lenin (1980), Revolución científico-técnica y capitalismo contemporáneo (1983), Economía mundial e integración regional (1995), Teoría de la dependencia: balance y perspectivas (2002), Globalización en integración en las Américas (2005) y Fuerzas productivas y relaciones de producción: un ensayo introductorio (2013), así como en decenas de artículos.
La aportación más reconocida de Dos Santos se vincula con la formulación de la Teoría de la Dependencia en las décadas de los 60 y los 70 del pasado siglo, en la que colaboraron su compañera en la vida, Vania Bambirra y su amigo Ruy Mauro Marini.
Eran tiempos marcados por el escenario abierto por el triunfo de la Revolución Cubana, la irrupción de fuerzas de la izquierda no tradicionales que dinamizaron las luchas políticas y sociales y la reformulación de los mecanismos de dominación de Estados Unidos en América Latina, que desembocaron en la instauración de regímenes dictatoriales en varios países.
Los planteos de Dos Santos y sus colegas brasileños entroncaron con los estudios que por la misma época llevó adelante el alemán André Gunder Frank (Capitalismo y subdesarrollo en América Latina, 1967 y Latinoamérica: subdesarrollo o revolución). Otro nombre asociado a los momentos iniciales de ese enfoque, Fernando Henrique Cardoso, se diluyó en la tibieza del andamiaje socialdemócrata y terminó en la práctica sustentando, cuando ejerció la presidencia de Brasil, el modelo neoliberal.
La Teoría de la Dependencia postuló la íntima relación entre desarrollo y subdesarrollo, la exacerbación de esta última condición por parte de la lógica de dominación y acumulación capitalista de los países occidentales industrializados, la desmitificación de la falacia desarrollista a partir de la alianza entre el Estado y las burguesías nacionales, y la dialéctica entre las relaciones de subordinación entre países y las estructuras clasistas domésticas.
Como toda teoría, esta tuvo limitaciones y dejó de cumplir ciertas expectativas que en algún momento parecían más cercanas de lo que en realidad se presentaban. Un Gunder Frank autocrítico en los inicios del actual siglo, en análisis compartido con Dos Santos, apuntó como una carencia sustantiva la indefinición de vías efectivas para la subversión definitiva a escala regional de las agobiantes relaciones de dependencia externas e internas.
Pero también observó: «Nuestros antagonistas y enemigos no ofrecieron respuestas mejores. Tampoco dicen de verdad, cómo acabar de verdad con la dependencia que hay de verdad, ni cómo acabar con la pobreza, la alienación, que según ellos ni siquiera se deriva de una dependencia que no existe según ellos. También es claro, que mucho más equivocados no podrían haber estado los que voluntariamente se dejaron llevar por el Consenso de Washington. Y si no fuera tan horrorosa, podría parecer divertida la excusa que ofrecen, la de que la receta del Doctor Washington era por cierto la medicina correcta, y el problema reside tan solo en que los pacientes –y cuán pacientes eran y aún son– no la tragaron en cantidades suficientes».
Ni antes ni después Theotonio se cruzó de brazos. En su juventud se involucró en la creación de un nuevo partido de la clase obrera brasileña, y más tarde, perseguido por los golpistas de su país, se trasladó a Chile donde apoyó activamente a la Unidad Popular de Salvador Allende.
Al regresar del exilio, en 1979, alternó las responsabilidades académicas con el activismo social y en los últimos años acompañó los empeños de los gobiernos del Partido de los Trabajadores por introducir cambios en la condición social de la mayoría de los brasileños. Eso sí, advirtió el peligro de hacer concesiones y concertar alianzas con sectores políticos que a la postre minaron esos procesos hasta desembocar en el golpe de estado parlamentario que echó a Dilma de la presidencia.
Lula apreció a Theotonio. Al enterarse de su muerte, declaró: «Arduo defensor de una América Latina soberana, deja un extenso legado teórico e intelectual al pueblo latinoamericano y nos inspira a seguir en la lucha por un mundo con más justicia social».
Estuvo entre los fundadores de la red de intelectuales, artistas y activistas de movimientos sociales En Defensa de la Humanidad, participó en numerosos foros de denuncia y construcción de alternativas emancipadoras, y se solidarizó de manera comprometida y visceral con la Venezuela bolivariana. Con agudeza apostilló: «Nuestras oligarquías están acostumbradas a desmoralizar el rol de la emoción en la actividad política». Prestó atención a la actual ofensiva imperial contra los movimientos populares del continente y alertó: «Todo lo que no está bajo el control de Estados Unidos pasa a ser una amenaza».
Por la Revolución Cubana, Theotonio sintió admiración, sin que por ello dejara de exponer dudas y cuestionamientos nacidos de su honestidad intelectual. Pero su devoción por Fidel fue incólume. Del líder histórico escribió un testimonio que Granma publicó en sus páginas: «He conocido a muchos políticos de varias orientaciones, fuera y en el poder. Ninguno tiene o tuvo la profundidad intelectual y la dimensión humana de Fidel Castro. Ninguno logra mantener el estudio sistemático de un problema por horas y horas en todos sus detalles y en todos sus aspectos como Fidel. (…) Pero sobre todo es el único político a nivel de jefe de Estado que admite debatir abiertamente con los que divergen de sus puntos de vista».
Ante lo que asumió en la teoría y la práctica revolucionarias, tendríamos que convenir en que Theotonio dos Santos se mantuvo fiel al principio –de impresionante vigencia– enunciado en 1845 por Marx en las Tesis sobre Feuerbach: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo».
Fuente: Granma