EDITORIAL

Brasil: Ya no hay margen de error.

¡Sí, estoy a favor de una dictadura!”.  El error de la dictadura fue torturar y no matar“. Cuando llegue a la presidencia, “quienes van a mandar en Brasil serán los capitanes”.

Según él, la pena de muerte y la castración química deben ser implantadas y para eliminar la delincuencia propone: “Primero desde un helicóptero se tiran volantes y folletos, dándoles seis horas a los delincuentes para entregarse y aleccionando la delación de los pobladores. Cumplido el plazo, si no se entregan los bandidos, se ametralla el barrio pobre desde el aire”.

Los policías no tendrían de que preocuparse: “…tendrán protección jurídica. Garantizada por el Estado, a través de una exclusión de punibilidad”.

Los negros “no hacen nada, no sirven ni para procrear” y los pueblos originarios están conformados por “indios hediondos, no educados y no hablantes de nuestra lengua“.

Las mujeres deben ganar menos porque se quedan embarazadas“, y algunas no merecen ni ser violadas, como dijo a la diputada del Partido de los Trabajadores, Maria do Rosário: “Yo no te violo porque tu no lo mereces. Eres muy fea.”

En su futuro mandato se eliminarán las escuelas de educación sexual y vetará cualquier intento de flexibilizar la ley del aborto.

Para que no queden dudas de su carácter misógino, practica con el ejemplo; fue acusado por su exesposa Ana Cristina Siqueira Valle de amenazas de muerte, la que ante el temor de ser asesinada huyó hacia Noruega con el hijo de ambos. Ha declarado: “Tengo cinco hijos. Cuatro fueron hombres, en la quinta tuve un momento de fragilidad y vino una mujer”.

Se siente orgulloso de ser homofóbico: “Sería incapaz de amar a un hijo homosexual No voy a ser hipócrita aquí. Prefiero que un hijo mío muera en un accidente.”

Como fervoroso cristiano evangélico de la Asamblea de Dios Victoria en Cristo, proclama: “Dios encima de todos. No existe esa historita de Estado laico, no. El Estado es cristiano y quien esté en contra, que se mude”.

En el campo económico promete reducir el número de ministerios, privatizar las empresas estatales, incluyendo a Petrobras, entregar en  concesión o venta las propiedades públicas, rebaja de impuestos para las grandes fortunas…; ¡neoliberalismo a pulso!.

Tampoco se puede olvidar que en “política” exterior ya prometió a su admirado Donald Trump que autorizará la instalación de una base militar estadounidense en Alcántara, el punto más cercano entre Suramérica y África.

En las últimas semanas ha sido recurrente su nombre en los órganos informativos, por lo que seguramente el lector conoce que el autor de tanto dislate fascista es el candidato a la presidencia de Brasil, por el Partido Social Liberal, excapitán Jair Bolsonaro, quien escogió como compañero de fórmula para la vicepresidencia a otro exmilitar, un general en retiro de origen indígena, Antonio Hamilton Mourau, que plantea la necesidad de “blanquear la raza” porque “Brasil está lastrado por una herencia producto de la indolencia de los indígenas y del espíritu taimado de los africanos”.  

Aunque desdichadamente ya se va haciendo habitual que en Suramérica lleguen a la presidencia gobernantes derechistas neoliberales, mediante procesos electorales (Argentina, Chile, Paraguay y Colombia), a través de golpes de estado parlamentarios (Brasil y con anterioridad, primero en el área, Paraguay) o de la traición a los ideales progresistas (Ecuador), horroriza que en la primera vuelta de los comicios más del 46 por ciento del electorado, alrededor de 50 millones de brasileños  y brasileñas, votaran por un fascista y que las encuestas lo den como ganador en la segunda vuelta, 28 de octubre, con más de 8 puntos de diferencia.

Algunos politólogos plantean que el hecho de que el expresidente Luis Ignacio Lula haya gozado de altísimo apoyo popular durante sus dos mandatos y de que ahora, sin embargo, el candidato por él escogido para enfrentarse por el Partido de los Trabajadores (PT) contra Bolsonaro, Fernando Haddad, ha quedado relegado a un segundo lugar con más de 15 puntos porcentuales de diferencia, se explica por la despolitización que padece el pueblo brasileño.

Es cierto que cada pueblo tiene sus propias características culturales. Hay que reconocer que Brasil no conoció de una guerra de liberación, pues su independencia fue proclamada por un príncipe de su propia metrópoli, Portugal, y que históricamente –en comparación con el resto de los países del área- no han existido movimientos revolucionarios que hayan puesto en peligro la dominación oligárquica que siempre ha sabido cortar de raíz o mediatizar a los movimientos populares.

Orden y Progreso es la frase que reza en la bandera brasileña y esa primera palabra la ha sabido inculcar muy bien a su pueblo la oligarquía brasileña, última en América en  abolir la esclavitud, –ya cuando no le era conveniente mantenerla desde el punto de vista económico y después de más de cien años,  tras el fin de la dictadura militar –que por cierto, fue bastante consensuado- el Orden siguió reinando, al extremo de que no ha existido un movimiento en reclamo de justica que haya obligado a tomar medidas contra los represores.

Todo lo anterior es cierto, pero lo que ocurre en estos momentos en Brasil es algo más que despolitización, pues si de despolitización se habla la referencia sería el 20 por ciento de abstencionismo y no el 46,3 que votó por un candidato admirador de la dictadura, de la tortura, el asesinato, el racismo, la homófobia…

Lo que ocurre en estos momentos con el electorado brasileño es el resultado del descontento por la putrefacción del sistema político y sus dirigentes. No fue el PT el único partido castigado, ninguno de los dos principales partidos de la derecha tradicional -Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y Movimiento Democrático Brasileño (MDB)- lograron sobrepasar el 5 por ciento de los votos. Lo que está en crisis es el sistema político del que el PT forma parte.

La mayoría del pueblo brasileño ya no cree en presidentes, parlamentarios, partidos políticos, justicia… en nada que huela al sistema. Ante este descreimiento la oligarquía, temerosa de una radicalización popular, optó por buscar un supuesto candidato antisistema. En EE.UU. algunos sectores de poder lo encontraron en Donald Trump, como multimillonario parte del sistema, y en Brasil, en Bolsonaro, diputado desde hace 28 años en ese sistema corrupto, pero que por su historial represivo puede ser presentado como un individuo capaz de poner orden en el desorden.

Todo el sistema oligárquico ha sido puesto en función del Orden representado por la mano dura de Bolsonaro: la “gran prensa” y las redes sociales se encargaron de satanizar al PT y sus dirigentes. Cuando ya lograron su objetivo, el propio Tribunal Superior Electoral ordenó a Facebook eliminar más de 80 páginas de usuarios con información falsa (fake-news) sobre Fernando Haddad.

El poder judicial, por su parte, se encargó de proscribir la candidatura de Lula y lanzar saetas contra otros de sus líderes, incluyendo a Haddad.

Contra Bolsonaro, que ha declarado públicamente que cada vez que puede evade el fisco, no ha procedido el poder Judicial.

Hasta el poder divino, a través de fuerzas evangélicas ultrarreaccionarias, como la Iglesia Universal del Reino de Dios, se ha puesto al lado del Orden y el Progreso (para la oligarquía), representado por Bolsonaro y en contra Haddad y el PT.

Vale aclarar y esto lo saben bien mis lectores, que no intento salir en defensa del PT y sus líderes pues en buena medida ellos son responsables de estos tristes momentos que vive Brasil, en que un electorado mal orientado, víctima de sucias campañas de todo tipo, se reorienta inconscientemente hacia la mano dura que promete limpiar el país de corruptos, librar una guerra contra la inseguridad ciudadana, ofrecer trabajo a los desempleados…. Todo esto también lo prometió Hitler en su época. ¿Alguien duda que entonces el pueblo alemán lo apoyó?

En De Nuestra América hemos editorializado en varias ocasiones sobre Brasil y específicamente este año, en los números 85 y 86, del 15 de enero y 15 de febrero, respectivamente, hemos dejado claro que los gobiernos petistas nunca trascendieron los umbrales del reformismo, no intentaron cambiar las estructuras de poder, no intentaron politizar a las masas y por el contrario sólo le mostraron el camino del consumismo.

En el número 85 expresamos:

 

Lamentablemente para Brasil y para toda Latinoamérica,  por el peso de ese país  en el Continente, no existe allí una izquierda fuerte y unida que sirva de catalizadora del descontento popular y encabece a las organizaciones y movimientos sociales en busca de una alternativa verdaderamente progresista, que por demás tiene que ser antiimperialista y latinoamericanista.

No podemos olvidar que tanto Lula como su sucesora, Dilma  Rousseff, cuando fue necesario a los intereses oligárquicos, cedieron y aplicaron medidas  neoliberales y de choque, bajo el pretexto de ser pragmáticos en lo económico. 

Un mes después, en el número 86 dijimos:

No tengo dudas de que se encuentran en un nuevo punto de partida los verdaderos revolucionarios de países suramericanos como Brasil, Chile, Argentina, Perú y Paraguay –en un futuro tal vez no lejano, Uruguay- que ya vivieron procesos que hasta en algunos casos se autoproclamaron de izquierda o de una inexistente centro-izquierda y que por traición, cobardía o incapacidad para movilizar a las masas, no pasaron de  reformistas;  muchos de los actores de esos procesos han quedado inhabilitados moralmente para continuar la lucha, otros, por conveniencia,  la derecha misma los ha inhabilitado y algunos, los más honestos, pueden aún reiniciar, desde ese punto de partida, la marcha hacia la meta.

Ahora bien, la marcha por ese nuevo camino no se puede emprender con blandengues, titubeantes, oportunistas, confusos o desilusionados. Se precisan fuerzas políticas que tengan una clara definición antioligárquica y antiimperialista. Esa fuerza ha de combatir en difíciles condiciones contra un enemigo ultraderechista neoliberal envalentonado por haber derrotado, en algunos casos, a los reformistas y en otros por haber prescindido de ellos. No obstante, en este principio de siglo, los pueblos han ganado experiencia en la lucha de masas, que despojada de la adormecedora pseudoizquierda resultaría invencible.

Cada pueblo, cada país, tiene sus especificidades y está claro que no existen los caminos únicos; no obstante, en común, para todos los latinoamericanos debe quedar claro que sólo desde verdaderas posiciones de izquierda puede disputársele el poder a oligarcas e imperialistas; que el reformismo, junto a su inseparable  desmovilizadora tercera vía, no es más que un instrumento de la derecha para mantener el poder; y que en la movilización social, con la concientización que ella genera, se encuentra la base para el inicio de la toma del poder que no culmina, más bien comienza, con la llegada al gobierno tras una victoria electoral o el derrocamiento de un régimen oligárquico.

Creo ser bastante claro; no obstante, coincido con el enorme teólogo y verdadero cristiano, Leonardo Boff que en un reciente artículo titulado Ahora, unidad: no podemos confundirnos expresó:

“Brasil no sólo está atravesado por una crisis muy grave: tiene a este nazi, este fascista, apuntándole a los derechos del pueblo, ahora de cara al balotaje. Y sí, frente a esta situación, realmente sería trágico que algunos sectores del campo popular priorizaran su rechazo al Partido de los Trabajadores: sería trágica esa extrema derecha gobernándonos, para profundizar todos los procesos neoliberales de América Latina”. “Digan lo que digan, ha llegado la hora de unirnos”. “Ya no hay margen de error, no podemos confundirnos”.

Ya el fascismo está en las calles; el maestro de capoeira, Romualdo Rosário da Costa, fue asesinado por pronunciarse contra Bolsonaro, más de 50 ciudadanos han sido golpeados.

En los Estados Unidos los grupos supremacistas están eufóricos; el exlíder del Ku Klux Klan, David Duque declaró que Balsonaro, representa los valores de esa organización. “Es un hombre blanco con aspecto europeo, con ideales claros sobre la población afrodescendiente que ocupan gran parte de las barriadas brasileñas“. “Él suena como nosotros y también es un candidato muy fuerte (…) Es completamente un descendiente de europeos (…)  está hablando sobre el desastre demográfico que hay en Brasil y la gran criminalidad que existe allá, en los barrios negros de Río de Janeiro

La triste realidad es que por muchas opiniones que tengamos sobre los líderes del PT que han llegado al gobierno de ese país, una victoria de Fernando Haddad  es lo mejor que puede sucederle en estos momentos a Brasil y a toda Latinoamérica.

Por el bien de toda Nuestra América, ojalá que el pueblo brasileño recapacite y piense bien por quien va a votar.

Eddy E. Jiménez

 

TITULARES

-“Ahora, unidad: no podemos confundirnos”. Por: Leonardo Boff

-¿Tiene cura el izquierdismo? Por Atilio A. Borón

La CIA de EE.UU., contra nuestra América y el mundo.

– La revolución pasiva de Gramsci y el fascismo colombiano. Por: Alberto Pinzón Sánchez

 

 

Título do artigo – Arriba a esquerda, onde pon párrafo, cambialo por Título 2, e quitarlle negrita

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“Ahora, unidad: no podemos confundirnos”.

Por: Leonardo Boff

Brasil no sólo está atravesado por una crisis muy grave: tiene a este nazi, este fascista, apuntándole a los derechos del pueblo, ahora de cara al balotaje. Y sí, frente a esta situación, realmente sería trágico que algunos sectores del campo popular priorizaran su rechazo al Partido de los Trabajadores: sería trágica esa extrema derecha gobernándonos, para profundizar todos los procesos neoliberales de América Latina.

Brasil no sólo está atravesado por una crisis muy grave: tiene a este nazi, este fascista, apuntándole a los derechos del pueblo, ahora de cara al balotaje. Y sí, frente a esta situación, realmente sería trágico que algunos sectores del campo popular priorizaran su rechazo al Partido de los Trabajadores: sería trágica esa extrema derecha gobernándonos, para profundizar todos los procesos neoliberales de América Latina.

Poco a poco, los medios de Brasil han instalado una situación de “caos interno”, fogoneada por intereses internacionales que apuestan a esa derechización violenta de la región. Pero si ese discurso se impusiera “democráticamente” en los comicios definitivos, desencadenaría un verdadero caos social que podría abonar las condiciones para una intervención militar, enmarcada una vez más en “la necesidad de restablecer el orden”. Estamos, sin dudas, ante una situación dramática. Y sí, para lograr ese objetivo necesitaban que Luis Inácio “Lula” Da Silva no fuese candidato, porque medía por encima del 40%. Sólo por eso, había que frenarlo de cualquier manera y la efectiva fue meterlo preso, fuera como fuera.

Por eso, Lula es un preso político.
Y por eso, estas elecciones son un fraude.

De vencer los candidatos afines a la democracia, tal vez podrían liberarlo después del balotaje, pero él quiere un juicio justo, una revisión de las actas, para que los mejores juristas brasileros, de la ONU y del exterior marquen los errores del proceso. No quiere salir por una amnistía, sino como una persona injustamente condenada. De hecho, cuando lo visité hace unos meses me pidió que difundiera este mensaje: “En todas las charlas del país, exigile al Juez Moro que muestre una sola evidencia que pruebe mi culpabilidad”.

Con esa entereza, hoy sigue de pie.

Ahora, con los resultados de la primera vuelta sobre la mesa, el análisis trasciende fronteras, mientras crecen los riesgos por esta estrategia para imponer el neoliberalismo extremo, incubada en la política externa de los Estados Unidos. Sus órganos de seguridad buscan desestabilizar u obstaculizar a los gobiernos progresistas de la región, tal como lo hicieron en Honduras y Paraguay. En Argentina no fue necesario, porque Macri asumió mediante el voto. De frente a semejante adversidad, llega la hora de confiar y yo confío en Haddad para esta pelea. Lo avalan su trayectoria política, su buena preparación intelectual y su administración en el Estado como ministro de Educación. Aun sus críticos reconocen que ha sido fundamental su aporte para que los negros y los pobres accedieran a la universidad. Y hoy no hablamos de Brasil. Hoy hablamos de América Latina.

Con la mirada puesta en este 28 de octubre, a mi juicio serán las mujeres quienes decidirán el futuro del país. Pues no sólo son más de la mitad de la población y están comprometidas como nunca antes: acaban de protagonizar una movilización multitudinaria e histórica para rechazar a Bolsonaro, al grito de #EleNão. Son ellas, nuestra gran esperanza. Y son la reencarnación colectiva de ese liderazgo que se volvió un símbolo universal y que se llama Marielle Franco. ¿O por qué decidieron asesinarla? Tan sólo por eso, por haber abierto la boca, por haber avanzado y por haber arrastrado a millones hasta las calles. Quisieron callarla, pero no pudieron. Y no podrán.

Digan lo que digan, ha llegado la hora de unirnos.
Ya no hay margen de error, no podemos confundirnos.

Fuente: TeleSur

 

¿Tiene cura el izquierdismo?

Por Atilio A. Borón

El domingo 7 de Octubre tendrá lugar la primera vuelta en las elecciones presidenciales del Brasil. Todo parecería indicar que el ultraderechista Jair Bolsonaro prevalecería en esa instancia, pero sería derrotado en el balotaje por Fernando Haddad, quien fuera elegido como candidato a la vicepresidencia por Lula y quien luego conformó una fórmula con Manuela d’Ávila, del PCdoB. De este modo, el tan celebrado (por politólogos y los “opinólogos” de los grandes medios) “centro político” desapareció casi sin dejar rastros en Brasil. Es que con políticas como las impulsadas por el régimen golpista de ese país una opción centrista carece por completo de sentido. Ante la brutal reinstalación de un neoliberalismo puro y duro con la gestión de Michel Temer, como también ocurriera con Mauricio Macri en la Argentina, pocas cosas serían menos razonables -¡y posibles!- que apostar a un compromiso o un acuerdo entre quienes hoy gobiernan para beneficio de una minoría opulenta y de los intereses imperiales y quienes pretenden hacerlo para el pueblo y las grandes mayorías nacionales.

 

Resumiendo, es casi un hecho que la disputa final será entre Bolsonaro y Haddad. Los representantes del “centro político”, Marina Silva y Gerardo Alckmin, el gobernador del Estado de Sao Paulo y delfín de Fernando H. Cardoso, se hunden en un 7 y 6 % respectivamente en intención de voto y el versátil Ciro Gómez no logra despegar de un tercer lugar cada vez más lejano de los punteros. En los últimos días Bolsonaro cosechó el apoyo de importantes sectores del establishment, dispuestos a cualquier cosa con tal de evitar el retorno del “populismo” lulista al Palacio del Planalto. Pero aún así el ex capitán del ejército, que dedicó su voto de destitución de Dilma a su camarada de armas que la había torturado, concita el rechazo del 44 % de la población, lo que le impone un techo difícil de perforar. Ante esta configuración de factores no sería extraño que Michel Temer tuviera que entregarle las insignias del mando a Fernando Haddad el próximo 1 de enero.

Ante ello, surge la pregunta: ¿cuál debe ser la postura de la izquierda ante un balotaje entre una fuerza reaccionaria, xenófoba, fascista y otra que representa una alternativa que sin ser radical significa un movimiento en una dirección moderada de socialismo? Ya en el pasado esta opción atribuló a las fuerzas de izquierda en Brasil, cuando debiendo elegir entre la candidatura derechista de Aécio Neves y la de Dilma Rouseff y optaron por la neutralidad. Poco después lo mismo acontecería en la Argentina, cuando las alternativas eran Mauricio Macri y Daniel Scioli. Y de nueva cuenta, la ultraizquierda eligió el camino autocomplaciente de la pureza dogmática y el descompromiso con las demandas y las necesidades de la clase trabajadora y decretó, como antes en Brasil, que “ambos eran lo mismo”. Pero ni Dilma era Aécio ni Scioli era Macri, y los sectores populares con sus renovados sufrimientos y privaciones están experimentando, de forma salvaje, las diferencias entre unos y otros, negadas por el infantilismo izquierdista y su visión abstracta de la política. Es que para una lectura talmúdica y antidialéctica del marxismo, tanto Macri como Scioli, o Aécio y Dilma, eran políticos burgueses y por lo tanto “daba lo mismo el triunfo de uno u otro.” Franklin D. Roosevelt y Adolf Hitler eran políticos burgueses, como hoy lo son Donald Trump y Bernie Sanders. Pero, ¿fueron, son lo mismo? ¡De ninguna manera! Y no se hace política con abstracciones de este tipo; tal vez sirvan para enseñar un mal curso de ciencia política, o de teoría marxista. Pero la vida real pasa por otro lado.

La eficacia de la acción política se encuentra en el arte de navegar en un mar de sutiles  matices y contradicciones, nunca en el diáfano lago de las categorías abstractas, siempre “claras y distintas” como quería Descartes. En su radicalismo retórico la ultraizquierda se desnuda como tributaria de una visión de la política propia del liberalismo, que concibe a la historia como el despliegue de los “grandes líderes” y desecha por completo el entramado de fuerzas sociales en pugna, mismo que, como se comprueba en el caso de la Argentina, establece límites a lo que sus jefes pueden hacer. El genocidio de los pobres, de los ancianos y de los niños en la Argentina que impulsa Macri es posible porque la fuerza social que encabeza está dispuesta a acompañarlo en tan funesta empresa. Aunque Scioli hubiese querido hacer lo mismo –cosa que no descarto a priori- no habría podido, porque su base social le habría impuesto límites infranqueables a tan nefasta  iniciativa. ¿Habrá que recordarle a la ultraizquierda que es la lucha de clases la hacedora de la historia, no tal o cual líder en particular?

Volviendo a Brasil: lavarse las manos en el balotaje brasileño es una política suicida para la izquierda radical que sería la primera víctima de las hordas fascistas que comanda Bolsonaro. Para intervenir en la coyuntura cualquier fuerza política o social debe partir del reconocimiento de sus fortalezas y debilidades. Si la ultraizquierda que hoy en Brasil proclama su “neutralidad” en la lucha electoral hubiera acumulado una fuerza política capaz de disputar la presidencia entonces el voto podría canalizarse en dirección propia. Pero ese no es el caso, desgraciadamente. Las usuales críticas al “malmenorismo”, que pretenden tapar el sol con un dedo, tratan infructuosamente de ocultar esa debilidad de larga data y los límites de la desprestigiada consigna del “tanto peor, tanto mejor”, porque si algo ha enseñado el capitalismo en las últimas décadas fue su formidable capacidad de metabolizar la protesta social y de erigir enormes obstáculos al surgimiento de una conciencia y una organización política anticapitalistas. El desconocimiento de esta realidad, el optar por la neutralidad entre un fascista y, pongamos, un reformismo coherente como el que representan Haddad y d’Ávila sólo puede traer renovados sufrimientos a las clases y capas populares del Brasil, dificultar aún más la organización del campo popular y alejar todavía más las perspectivas de una revolución anticapitalista. La penosa experiencia argentina debería hacerlos reflexionar: Macri criminalizó la protesta social y armó un formidable aparato represivo que dificulta enormemente las imprescindibles labores de organización y concientización de la clase. De triunfar Bolsonaro, ayudado por la deserción de la ultraizquierda, la situación del campo popular en Brasil sería aún peor. Eso, siempre y cuando, ante la perspectiva irreversible de un triunfo de Haddad en el balotaje la derecha brasileña no se anticipe a lo que sería un desastre para su proyecto -por el cual destituyeron a Dilma, encarcelaron a Lula, instauraron a un monigote como Temer para impulsar una legislación ultrareaccionaria, etcétera- y decida postergar hasta nuevo aviso el llamado a las urnas, o anulándolas en caso de que tengan lugar y Bolsonaro sea derrotado, o provocando la destitución de Temer e instaurando un gobierno de transición que “normalice” el país en un plazo de dos o tres años, suficientes para inventar candidatos más aptos que el ex capitán del ejército, desarticular lo que queda del movimiento popular y desbaratar cualquier estrategia que éste pudiera concebir para competir en las elecciones. Como es bien sabido, “el lawfare” da para todo.

En su tiempo Lenin detectó sagazmente los errores del “izquierdismo” y cómo, pese a sus intenciones, con su dogmatismo libresco retrasa en lugar de acelerar el proceso revolucionario. El examen de la dolorosa experiencia argentina debería ser un antídoto para erradicar definitivamente la enfermedad infantil del “izquierdismo” que tanto daño ha hecho a la causa de la revolución en toda Nuestra América. La derrota de Bolsonaro es un imperativo categórico para las fuerzas genuina y realísticamente empeñadas en la construcción de una alternativa anticapitalista. Una vez consumada, las fuerzas de izquierda deberán profundizar sus esfuerzos para, de una buena vez, constituir una mayoría política y social -cosa que al día de la fecha está largamente demorada- que impulse la necesaria radicalización de un eventual gobierno del PT y sus aliados.

Sé que toda esta argumentación puede sonar como inaceptable, o “malmenorista”, para algunos sectores del trotskismo, el anarquismo posmoderno y el autonomismo de la antipolítica. Pero, como decía Gramsci, sólo la verdad es revolucionaria, y a la hora del balotaje esa verdad se impondrá con la inexorabilidad de la ley de la gravedad para impulsar a las fuerzas populares del Brasil a impedir el triunfo de un fascista. Salvo, claro está, que los compañeros del gigante sudamericano me convenzan de que están en condiciones de conquistar el poder del estado e imponer el socialismo por la vía insurreccional, dejando de lado las trampas y maquinaciones de la democracia burguesa. Sería una gran noticia, pero hablando con la franqueza que debe caracterizar el diálogo entre revolucionarios, creo que esa alternativa es, por el momento, absolutamente ilusoria y fantasiosa. Y, además, paralizante y suicida.

Fuente: www.atilioboron.com

 

La CIA de EE.UU., contra nuestra América y el mundo.

Releyendo el conocido libro “El arte de la inteligencia”, escrito por uno de los más sádicos exdirectores de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Allan Dulles, se confirma que Estados Unidos repite en la actualidad, una vez más, sus inescrupulosos y agresivos planes contra el mundo y particularmente hacia Latinoamérica y el Caribe para ejercer su dominio en la región que siempre ha considerado su patio trasero.

Los métodos subversivos de Dulles, el quinto jefe en la historia macabra de la CIA, aplicados en la década del 50  y principios de los años 60 de la centuria pasada, son los mismos que Washington se empeña hoy en ejecutar a fondo en Nuestra América.

Detengámonos solo en algunas de las ideas maquiavélicas expuestas por ese “personaje”, las cuales no merecen comentario alguno porque se explican por sí solas, y las vemos además  materializadas día a día, en este siglo XXI, desde el sur del Río Bravo hasta la Patagonia.

Dulles escribió en su libro que en la dirección de los Estados crearemos el caos y la confusión. “De manera imperceptible pero activa y constante propiciaremos el despotismo de los funcionarios, el soborno, la corrupción y la falta de principios”, apuntó.

Subrayó que “la honradez  y la honestidad serán ridiculizadas como innecesarias y convertidas en vestigios del pasado”, mientras al mismo tiempo la CIA y Washington fomentarán el descaro, la insolencia, el engaño, la mentira, el alcoholismo, la drogadicción y el miedo irracional entre semejantes.

Remarcó que Estados Unidos apoyará y encumbrará por todos los medios a los denominados artistas para que siembren e inculquen en la conciencia humana el culto del sexo, de la violencia, el sadismo y la traición.

El exjefe de la CIA resaltó abiertamente en su texto que “nuestra principal apuesta será la juventud. La corromperemos, desmoralizaremos y pervertiremos.”

Pero fue más lejos aún cuando señaló que “debemos lograr que los agredidos nos reciban con los brazos abiertos… Antes que los portaviones y los misiles deben llegar los símbolos, los que venderemos como universales, glamorosos, modernos, heraldos de la eterna juventud y felicidad ilimitada.”

El objetivo final, según Dulles, es derrotar en el terreno de las ideas las alternativas al dominio de Estados Unidos, mediante el deslumbramiento, la persuasión, la manipulación del inconsciente, la usurpación del imaginario colectivo y la recolonización de las utopías  redentoras y libertarias, para lograr un producto paradójico e inquietante: que las victimas lleguen a comprender y compartir la lógica de sus verdugos.

Pregunto ahora: ¿No son esas ideas las bases de los planes sediciosos que Washington ejecuta hoy contra América Latina y el Caribe, utilizando además las poderosas nuevas tecnologías?

La respuesta a esa interrogante “se cae de la mata”, como reza un refrán popular. Solo hay que observar el panorama invasivo y tenebroso al que se enfrentan actualmente los pueblos y las fuerzas progresistas de la Patria Grande.

Pero no olvidemos algo. Dulles fue obligado a renunciar como director de la CIA en septiembre de 1961, tras el revés que sufrió Estados Unidos en su frustrada invasión a Cuba por Bahía de Cochinos, en abril de ese mismo año, considerada la primera gran derrota del imperialismo en Nuestra América.

El otrora jefe del principal servicio secreto norteamericano, quien participó también en la preparación de planes de atentados contra el líder histórico de la Revolución cubana, no pudo acabar con la vida de Fidel Castro, lo que precipitó la dimisión de su cargo.

Cuba demostró entonces y lo ha hecho a lo largo de los últimos 60 años que ni Dulles, ni la CIA, ni Washington y ni inquilino alguno de la Casa Blanca son invencibles. La Patria Grande tiene y puede hacer lo mismo frente a la nueva ofensiva que desata hoy el decadente imperio del Norte en nuestra región.

 

Fuente: Pensando Américas

 

La revolución pasiva de Gramsci y el fascismo colombiano.

Por: Alberto Pinzón Sánchez

Dígame estimados lectores: Si esto no es Fascismo, entonces ¿Qué es?

En su larga lucha teórica y práctica contra el fascismo, Gramsci deja escrito en varios textos dispersos los elementos constitutivos de lo que considera el fascismo italiano, matriz de los demás fascismos europeos y posteriormente extraeuropeos. Aventuraré (corriendo el riesgo de la simplificación) algunas de esas características en las que coincide con otras tesis leninistas, sin que se agote esta apasionante discusión siempre tan actual.

Para Gramsci, el fascismo es un complejo formado por una amalgama de fuerzas sociales intermedias y de clases sociales, que surge en el seno de la burguesía monopolista (imperialista) como una solución totalizadora y de compromiso que une la política y la economía, con el fin de enfrentar una crisis económica internacional, resolver mediante la violencia física y armada las dificultades en la producción y el intercambio de mercancías y, pulverizar al movimiento obrero.

Si la lucha de clases ha precipitado la crisis económica, política y de hegemonía, amenazando el poder burgués, ella recurre a la coerción total, la represión y la muerte para restablecer su dominación y reorganizar la producción y la sociedad, convirtiendo este aspecto coercitivo en lo dominante; para lo cual, aprovecha el aparecimiento de un demagogo providencial que exacerba con una propaganda efectista y una simbología simple, los sentimientos de ira y frustración por la situación crítica que existe especialmente en las clases subalternas de la pequeña burguesía urbana y rural, en los “estratos más bajos de la clase obrera” y el lumpenproletariat. Así mismo, frente al internacionalismo espontáneo de los obreros, el fascismo incita el localismo más atrasado y el nacionalismo más irracional y feroz.

Paralelamente a sus reflexiones sobre el fascismo, el dirigente comunista y proletario Gramsci, elabora el concepto histórico social bastante innovador de Revolución Pasiva, con el cual caracteriza los cambios lentos, graduales y acumulativos, no rupturistas, inducidos durante generaciones y desde las alturas del Poder en una sociedad burguesa como la italiana, tanto en la esfera económica como la institucional, con el fin de evitar una verdadera revolución social, y explicar el fascismo como un caso típico de Revolución Pasiva.

Con esta introducción y pensando en la sociedad colombiana intentaré también dar brevemente algunos elementos históricos que permitan entender el fascismo colombiano actual.

1- Concluida en Colombia la guerra de los mil días (1.902) con un tratado sellado entre los gamonales militares liberales y conservadores en un buque de guerra de los EEUU, y con el cual Colombia legalizó la dependencia neocolonial de nuestro país al imperialismo emergente en los EEUU, viene un periodo que se pudiera llamar hoy como el post conflicto de los mil días, que concluye con la siempre presente masacre de las bananeras en 1928 y la caída de la corrupta hegemonía conservadora en las elecciones de 1930. Los hechos más relevantes de este periodo son: La desmembración de la provincia de Panamá y el pago por parte de los EEUU de 22 millones de dólares a los gobiernos corruptos de Colombia como “reparación de víctima”. Las venganzas brutales de los gamonales militares conservadores con sus homólogos liberales, expropiación de tierras, fusilamientos, etc. El surgimiento de un embrionario partido socialista y revolucionario bajo las influencias de la revolución bolchevique en Rusia y en oposición dialéctica, el surgimiento de núcleos intelectuales de pensamiento fascista orientados por el pensamiento del fascismo europeo, en especial el nacional catolicismo español y las intrigas del Nuncio Apostólico en Bogotá para continuar impulsando las tesis anti bolcheviques de la Acción Católica propaladas por las bulas del Estado Vaticano y que concluyen con la división del obispado colombiano ente los seguidores de Guillermo Valencia y los del gamonal militar conservador Vásquez Cobo, y con la derrota electoral del conservatismo en 1930, sin que esto hubiese significado el apocalipsis que profetizaban los monseñores.

2- En 1930, se da una intensa lucha ideológica y política llamada la revancha liberal, incluso con enfrentamientos armados entre los sectores clerico-militares-conservadores y el sector progresista del partido liberal en coincidencia con el naciente sector socialista que apoyaba una modernización de la economía colombiana, de la política y de la tenencia de la tierra, lo cual fue presentado por sus adversarios como la hecatombe apocalíptica. Este convulso periodo se cierra con el triunfo de las fuerzas conservadoras y falangistas en las elecciones de 1946 y con otra masacre inolvidable: el magnicidio del líder popular JE Gaitán, el bogotazo de 1948 y la represión oficial falangista contra los gaitanistas, socialistas junto con otras fuerzas de izquierda, que desembocó en una verdadera guerra civil bipartidista llamada la violencia del medio siglo o revancha conservadora, terminada con el pacto en las alturas entre el nacional católico (falangista) Laureano Gómez y el virrey de los EEUU en Colombia el liberal Lleras Camargo, quienes firman el pacto de 1957 para crear el reparto minucioso por mitades iguales del presupuesto nacional.

3- Creado el régimen bipartidista del frente Nacional y la modernización del ejército colombiano mediante el pacto del Teatro Patria de 1957, se conforma un nuevo Bloque de Poder dominante cuya característica es también la modernización económica dependiente de la economía estadunidense, y el desarrollo del capitalismo en el campo junto con la obsesión por preservar el orden público por medio de las armas. En 1964 bajo la presidencia del borrachín Guillermo León Valencia, gamonal conservador admirador del caudillo español Franco, se inician una serie de ofensivas militares para erradicar los últimos vestigios de guerrillas liberales en Marquetalia que dan origen a las comunistas Farc, en el Carare donde surgen las Guevaristas del ELN y en el alto Sinú las del maoísta EPL; frente a las cuales el Estado emplea todos los medios de lucha en busca de su derrota, logrando alcanzar con algunas de ellas pactos de desmovilización. La principal característica de este periodo es el avance en el desarrollo del capitalismo y del mercado en todo el territorio nacional junto con la consolidación de la contrainsurgencia como doctrina Estatal, que, en 1.968, durante el gobierno de Lleras Restrepo legaliza por decreto a los para militares, dando paso a una estrategia abierta de eliminación física masiva de dirigentes obreros y sociales de extracción comunista principalmente. Durante este largo y complejo período, se realiza en 1991 la Constituyente tri partita de Conservadores, Liberales y desmovilizados de las guerrillas nacionalistas del M19, que redacta una Constitución aperturista bajo los criterios del consenso neoliberal de Washington y trasnacionaliza la economía colombiana, y obvio, la clase dominante incluidos los renuentes terratenientes tradicionales, pero dejando intacta la estrategia contrainsurgente. Los paramilitares que se tornan semi legales, arrecian la eliminación física de dirigentes de izquierda y comunistas.

4- Es también durante este periodo, cuando el narco tráfico que había iniciado su actividad en los primeros años de los 70, con la exportación de marihuana acumulando enormes capitales en dólares, entra con inusitada fuerza una década después, y ya para mediados de los 80, prácticamente es una fuerza dominante de la economía y la sociedad colombianas. Es entonces cuando entra en conflicto con las autoridades antinarcóticos de los EEUU y por ende con las colombianas y, con las guerrillas que no habían firmado acuerdos de paz y permanecían en armas como la Farc y el ELN por los territorios donde estas se encontraban y donde se cultivaba la coca, y se hacia el primer refinamiento del alcaloide. En algunas partes hay acuerdos para pagar el “impuesto del gramaje”; mientras que en otras zonas más pobladas se fusionan con los para militares oficiales para combatirlas, dando origen a una nueva versión política y militar de la contrainsurgencia Estatal: los narcos paramilitares; y dando origen a un nuevo avance en el disciplinamiento social y la reestructuración económica y social.

5-  Así llegamos a la última etapa de la revolución pasiva que legaliza el fascismo colombiano en 2002, una vez ha fracasado el proceso de paz del Caguán y el Estado colombiano en su conjunto ha aceptado ejecutar el Plan Colombia diseñado en Washington en 1997 durante el gobierno Pastrana: Los llamados narco paramilitares de Colombia son el TERROR del ESTADO ejercido por más de cuatro décadas en el marco de un régimen caracterizado como “Democracia Genocida”, por el sacerdote jesuita y sociólogo Javier Giraldo, y su legalización en 2002, no ha sido más que la consolidación definitiva del poder de un Estado Fascista en Colombia, para imponer definitivamente por medios extraeconómicos (guerra contrainsurgente) el libre mercado, la depredación de la naturaleza y los humanos, y propagar la pobreza de la globalización o mundialización neoliberal creada en el denominado “consenso de Washington” de 1989.

Es como lo dijera Dimitrov en 1935 mostrando el aspecto central del fascismo naciente: El poder del capital financiero imperialista: “la dictadura terrorista abierta y sanguinaria de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero”.

Veamos entonces algo del aspecto económico y las relaciones de producción del Estado colombiano actual: El narco paramilitarismo estatal ha transformado tan violentamente en el lapso de los gobiernos de Pastrana, Uribe Vélez y Santos el paisaje social, económico y político de todo Colombia, mediante la acumulación de narco-capital surgido del despojo de millones de personas y de la naturaleza, que ha modificado completamente la sociedad colombiana actual de la siguiente manera:

En la esfera económica con nuevos renglones de explotación agroindustrial y minera, nuevas compañías aéreas, inversiones en sistemas de comunicación en varias ciudades intermedias y la introducción de sistemas de seguridad a través de la plataforma tecnológica de las telecomunicaciones y la informática. Ha ejecutado la más violenta contrarreforma agraria comparable a la que se hizo con la otra guerra, que eufemísticamente se ha llamado “la Violencia bipartidista del medio siglo” y de la cual surgió la estructura del Bloque de Poder contrainsurgente (BPCi) dominante actualmente. Ha Potenciado la regionalización económica y ensanchando la frontera agrícola mediante la concentración irracional de la tenencia de la tierra útil para dedicarla a la rudimentaria ganadería de pastoreo y a cultivos empresariales trasnacionales de palma aceitera y otras plantaciones extensas; desplazando más de 6 millones de campesinos, indígenas y afrodescendientes, despojándolos de más de 6 millones de hectáreas de las mejores tierras cultivables del país, matando más de un millón de personas, estimulando la migración miserable a las ciudades y, la colonización de selvas protegidas para el cultivo de la coca; mientras en las grandes ciudades colombianas impuso el dominio implacable del “vivir del crédito”, la usura bancaria, la especulación rentística y la precarización laboral  acompañada de un desempleo masivo, todo ello fuente  de las ganancias y del engordamiento del omnipotente capital financiero trasnacional.

El análisis las nuevas capas sociales y clases que de allí ha surgido, muestra por un lado que en las ciudades, la oligarquía trasancionalizada indistinguible (ya) de una burguesía mafiosa o lumpen, ha adoptado aceleradamente la ideología empresarial según el modelo global, convirtiendo a sus agentes principales en hombres “macdonald” de negocios, en importadores de capitales langosta; en financistas y banqueros, en lavadores de dinero, en industriales y empresarios urbanos, agroindustriales y agromineros, etc.

Mientras en el campo, las tradicionales relaciones del gamonal terrateniente con los campesinos y trabajadores del complejo rural urbano tradicional, se ha modificado radicalmente con el surgimiento  de un “nuevo campesinado” más diverso, disímil y heterogéneo; conformado por una compleja y abigarrada constelación de diversas capas y clases sociales en movimiento, que abarca campesinos pobres, colonos, arrendatarios, peones y trabajadores agrarios, cosecheros, raspachines, artesanos de todo tipo, un gran sector de rebuscadores y vivanderos, así como de  pequeños y medianos comerciantes y,  de pequeña burguesía rural y semi urbana en desplazamiento, e incluso, un abundante grupo de desempleados en proceso de lumpenización donde la tenue línea de que separa lo legal de legal es imperceptible.

El pacto del Ralito entre el Estado Colombiano gobernado por Uribe Vélez (AUV) con las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en el 2002 para “Refundar la Patria”, que incluyó el pacto de cúpulas para su desmonte “parcial” de algunas mafias paramilitares, si bien logró “extraditar a USA” a algunos de sus jefes (como narcos y no como paracos) y procesar benignamente a algunos peces gordos de la política y de la alta burocracia estatal, tanto nacional como departamental y municipal, pero no logró impedir que el capital narco paramilitar ya completamente lavado dentro del sistema económico formal de Colombia y el llamado sistema financiero nacional, siguiera fluyendo masivamente e irrigando todo el sistema económico  de Colombia; como tampoco logró impedir que la simbiosis entre el amplio y abundante aparato de coerción del Estado colombiano y el narco paramilitarismo, tanto económico como ideológico, siguiera funcionando exitosamente para garantizar la acumulación continua del capital por el despojo, así como las condiciones de su seguridad.

En la esfera de la hegemonía veamos las más importantes características del fascismo colombiano:

Primero, no es solo ese clima moral envenenado que rodea su implantación, del que habla Mariátegui, confirmado por la larga crisis de pudrición ética y moral del régimen establecido, ocultado o mejor develado medias y manipulado por el aparato de hegemonía dominante, y la propaganda de tipo “goebbelsiana” que todos los días y a todas horas muelen de manera infatigable los medios de comunicación oligárquicos y trasnacionales sobre la psicología de las capas medias urbanas y rurales; la pequeña burguesía y  demás clases sociales subalternas, para generar esa base social amplia al régimen de dominación y explotación dominante, y, a un innombrable  “Elegido” por un poder ultraterrenal que es protegido mágicamente por un extraño efecto teflón; y quien como en los casos de los “caudillos” Franco (España) y Salazar (Portugal) no ha necesitado recurrir a realizar las millonarias manifestaciones de Mussolini o Hitler. Le han bastado la figuración mediática diaria en periódicos y emisoras, sus escándalos impunes, sus trinos estratégicamente reproducidos y sonados y, en época de elecciones las encuestas de popularidad.

Segundo. Podemos también observar, cómo a la larga y tórpida crisis política y de hegemonía, que se ha tratado de solucionar con una variedad criolla de unión de lo político con lo económico en un gobierno “corporativo y gremial”, claramente fascista.

Tercero. Cómo se logrado aglutinar exitosamente a la población subalterna en torno al odio irracional a cualquier opositor al régimen, previamente estigmatizado o satanizado como enemigo interno comunista, o terrorista, y que ha hecho posible el clima de terror oficial que hizo posible el exterminio físico de organizaciones políticas legales como la Unión Patriótica o la Marcha Patriótica y que facilitó la pulverización de la clase obrera organizada. Paso este que según los análisis clásicos del marxismo es considerado como fundamental para el triunfo del fascismo (diferente de los análisis hechos por los socialdemócratas que siempre tratan de ocultar este hecho de la lucha de clases)

Cuarto. El entrelazamiento de la política gubernamental con organizaciones religiosas tradicionales fascistas como el Opus Dei, y Tradición Familia y Propiedad, etc.

Quinto. La exaltación del patrioterismo nacionalista que genera un ánimo agresivo y un estado de zozobra en contra de los países vecinos, acusándolos permanentemente de ser los responsables de los problemas internos de Colombia.

Sexto. Cómo se gobierna con una mafia de familiares, de amigos y asociados que se posicionan unos y otros en los altos cargos gubernamentales y usan el poder gubernamental y la autoridad burocrática para proteger a sus amigos de la responsabilidad de rendir cuentas de sus enjuagues corruptos con los que se apropian descaradamente de los recursos y del tesoro nacional, así como burlan la justicia por sus crímenes de guerra (impunidad 100% asegurada)

Séptimo. Control total del aparato electoral que ha permitido y permite toda suerte de delitos electorales en favor de los candidatos puestos por el narco capital, la realización de elecciones fraudulentas, y estimula la creación de partidos electorales o de garaje. Así como ignora las amenazas a candidatos opositores e inclusive calla su asesinato, todo en el marco de un aparente régimen democrático y parlamentario (Democracia Genocida)

Octavo. Cómo se obliga al exilio (cuando no se les mata) a Intelectuales y escritores críticos opuestos a la Verdad Oficial y se trata de generar una atmósfera de “Amnesia Colectiva”, mediante la creación de una “neo lengua tecnocrática” difundida por todos los aparatos de hegemonía; hasta llegar al extremo de que las vocales A y O de la lengua castellana, han sido reemplazadas por el signo @, o por una equis.

Y en cuanto a la coerción, vemos:

Primero; cómo se ha ido eliminado el sindicalismo democrático y clasista.

Segundo; cómo se ha penalizado la protesta social o el derecho de huelga, para no detenerme en los demás derechos sindicales.

Tercero; cómo se ha hostilizado a las organizaciones que defienden los Derechos Humanos y perseguido y eliminado a sus promotores y sus informes.

Cuarto; cómo se ha convertido el Aparato Judicial y la propia Fiscalía en una agencia política y clientelista de la presidencia y las mafias políticas como la de Vargas Lleras actualmente.

Quinto; cómo se ha militarizado la sociedad sobre un clima psicológico permanente de guerra y expansión del militarismo.

Y sexto, talvez el más importante; cómo se ha fortalecido con inmensos recursos económicos propios, y, de los Estados Unidos/ OTAN, la máquina militarista y su correlato ideológico el militarismo, que consume el 5% del presupuesto de la nación y tiene 500 mil hombres armados más cerca de 4 millones de personas relacionadas con dicho aparato militar, y que ahora siguiendo el típico libreto del fascismo se convierte en una amenaza real para los países limítrofes que no compartan su modelo de sociedad, especialmente Venezuela, Nicaragua, y Ecuador al que piensa proteger.

Dígame estimados lectores: Si esto no es Fascismo, entonces ¿Qué es?